El Congreso Nacional, ese espacio que debería ser el bastión de la democracia y el debate serio, se ha convertido en un escenario de una grotesca performance que desprecian la gravedad de las problemáticas que atraviesan al país.
La última muestra de este lamentable circo mediático la dio el diputado nacional de Encuentro Federal, Esteban Paulón, quien decidió aparecer en el recinto disfrazado de “El Eternauta”, emulando al personaje de Juan Salvo con la máscara que Ricardo Darín usó en una serie televisiva. Sí, leyó bien: un legislador de la Nación, en medio de una sesión que debía abordar temas tan urgentes como la crisis del Hospital Garrahan, los recortes a la ciencia y las universidades, y las demandas del movimiento feminista, decidió que lo más pertinente era ponerse un delantal blanco, una máscara y alzar un cartel con un juego de palabras tan infantil como vacío: "Juan, la ciencia, las universidades, el Garrahan y los feminismos funcionan". ¿Funcionan? ¿En serio, diputado?.
Este acto no es un gesto de creatividad ni un guiño simbólico: es una bofetada a la seriedad que merece el recinto y, peor aún, a las luchas que dice defender. Pero Paulón, en un alarde de frivolidad, prefiere reducir estas causas a un cosplay legislativo. ¿Qué mensaje envía esto a la ciudadanía? ¿Que los problemas estructurales se resuelven con un disfraz y un cartel? ¿Que el Congreso es un espacio para performances virales en lugar de soluciones concretas?
La banalización del recinto legislativo no es un hecho aislado, pero este episodio marca un nuevo fondo. Mientras el gobierno busca resolver el problema con propuestas serias, algunos legisladores parecen más interesados en el show mediático que en el trabajo legislativo. Paulón, con su disfraz de “El Eternauta”, no solo trivializa las demandas sociales, sino que también deshonra la memoria de una obra que, en su esencia, habla de resistencia colectiva frente a la opresión. Si el diputado quería rendir homenaje a ese espíritu, debería haber estado afuera, con los manifestantes, escuchando sus voces y llevando sus reclamos al recinto, no convirtiendo el Congreso en un set de televisión.
Es hora de que los representantes del pueblo dejen de lado estas payasadas y asuman la responsabilidad que su cargo demanda. El Congreso no es un escenario para egos inflados ni para golpes de efecto; es el lugar donde se deben construir soluciones reales para un país que no soporta más improvisaciones. Si Paulón y sus colegas no están a la altura de las circunstancias, que den un paso al costado y dejen espacio a quienes sí estén dispuestos a trabajar por el bien común, sin necesidad de disfraces ni slogans vacíos. La Argentina merece más que este triste espectáculo.
