Un video grabado en las márgenes del Arroyo Salado, camino a las Termas, desató una tormenta de indignación que aún resuena en cada rincón de esta localidad. En las imágenes, un grupo de jóvenes, entre risas y burlas, obliga a un perro a consumir vino de un tetrabrik, mientras el animal, desorientado, es sometido a una escena tan cruel como reveladora. Lo que para ellos fue una “broma” se convirtió en el disparador de un repudio masivo que pone bajo la lupa, una vez más, la violencia disfrazada de diversión.
El video, que se viralizó en cuestión de horas en redes sociales, muestra a uno de los jóvenes acercando el envase al hocico del perro, que intenta resistirse mientras el alcohol le es forzado. Alrededor, carcajadas y comentarios jocosos. La escena, lejos de ser un acto aislado, expone una desconexión alarmante: el sufrimiento de un ser vivo convertido en entretenimiento.
“No es una broma, es maltrato animal”, sentenció una vecina al compartir las imágenes, dando inicio a una ola de rechazo que no tardó en sumar voces. Usuarios de redes sociales, organizaciones protectoras de animales y vecinos exigieron la identificación de los responsables y sanciones ejemplares. “Es una vergüenza que se rían del dolor de un animal indefenso”, escribió otro usuario, mientras las asociaciones locales elevaron el reclamo a las autoridades, invocando la Ley 14.346, que castiga el maltrato animal con multas e incluso prisión.
Fuentes cercanas al caso confirmaron que las autoridades ya habrían identificado a los involucrados, quienes podrían enfrentar cargos penales. Sin embargo, el escándalo trasciende la posible sanción. En una sociedad que busca avanzar hacia la tenencia responsable y el respeto por los seres vivos, este episodio es un recordatorio brutal de cuánto falta por recorrer. La naturalización de la crueldad, envuelta en risas y grabada como un trofeo, plantea una pregunta inquietante: ¿qué valores estamos cultivando cuando el sufrimiento ajeno se convierte en espectáculo?
El perro, víctima silenciosa de esta “broma” perversa, no tuvo opción ni voz. Fue objeto de una diversión que nunca pidió, en un acto donde el consentimiento y la empatía brillaron por su ausencia. Hoy, Rosario de la Frontera no habla de otra cosa. No solo por el video que recorrió los celulares de todos, sino por lo que desnuda: la delgada línea que separa la inconsciencia de la crueldad, y la urgencia de una sociedad que no tolere más estas risas que duelen.