La alarma se encendió en redes sociales a partir de la viralización de un desafío que, bajo una estética colorida y aparentemente inocente, promueve conductas alimentarias extremas entre chicos y adolescentes. Se trata de la llamada “dieta de princesas de Disney”, un reto que circula con fuerza en TikTok y que promete descensos rápidos de peso imitando supuestos hábitos de personajes como Blancanieves, Ariel, Elsa o Jasmín.
El formato es simple y tentador: durante 15 días, cada jornada está asociada a una princesa y a una consigna alimentaria específica. Algunos días se propone comer solo manzanas, otros únicamente tomar agua, incluso agua fría con hielo, y en ciertos casos no superar las 600 calorías diarias. No hay explicaciones nutricionales ni advertencias de salud. El mensaje se presenta como un juego, reforzado por likes, comentarios y visualizaciones.
Especialistas en pediatría, nutrición y salud mental advierten que este tipo de desafíos puede tener consecuencias graves, sobre todo en edades tempranas. La infancia y la adolescencia son etapas de crecimiento acelerado, donde el cuerpo necesita energía y nutrientes para desarrollarse. La restricción calórica extrema puede provocar mareos, desmayos, alteraciones cardíacas, déficit de micronutrientes y bajo rendimiento escolar.
A largo plazo, los riesgos se profundizan. La falta de una alimentación adecuada puede afectar el crecimiento, la pubertad, la masa ósea y el desarrollo cognitivo. Además, este tipo de prácticas aumenta la probabilidad de generar un vínculo conflictivo con la comida, con mayor riesgo de trastornos de la conducta alimentaria como anorexia, bulimia o episodios de atracones, así como cuadros de ansiedad, depresión e insatisfacción corporal.
Desde la salud mental, la preocupación se centra en el impacto simbólico del mensaje. Las princesas de Disney forman parte del universo emocional de la infancia y funcionan como modelos aspiracionales. Asociarlas a dietas restrictivas refuerza la idea de que la delgadez extrema es un requisito para ser linda, valiosa o aceptada. En cerebros que todavía no desarrollaron plenamente el pensamiento crítico, ese ideal se incorpora sin filtros.
El atractivo de TikTok potencia el problema. Videos cortos, repetitivos, musicales y visualmente estimulantes activan sistemas de recompensa que favorecen la imitación. Entre los 9 y los 11 años, la capacidad de cuestionar lo que se consume en redes aún es limitada, por lo que el mensaje se internaliza más como una regla que como una propuesta a analizar.

Otro punto de alerta es el llamado efecto rebote. Luego de períodos de privación extrema, el cuerpo responde con un aumento del deseo por los alimentos restringidos. En chicos y adolescentes, esto puede derivar en culpa, pérdida de control y un círculo difícil de romper, consolidando una relación dañada con la comida desde edades muy tempranas.
Frente a este escenario, los especialistas recomiendan reforzar el rol adulto. Compartir comidas en familia permite observar cambios, generar rutinas y habilitar conversaciones. Evitar hablar de dietas, peso o cuerpos como tema central ayuda a correrse de la lógica del control. La alimentación debería asociarse a salud, energía y disfrute, no a castigos o recompensas.
También es clave acompañar el uso de redes sociales. Mirar contenidos juntos, explicar que muchos videos son irreales o extremos y limitar la exposición temprana al celular son medidas de cuidado. El ejemplo cotidiano, con adultos que mantengan una relación sana con la comida y el cuerpo, tiene un impacto directo.
Ante cualquier cambio llamativo en la conducta, el ánimo o los hábitos alimentarios, la recomendación es consultar con profesionales de la salud. Lo que se presenta como un juego viral puede convertirse rápidamente en un problema serio si no se lo detecta a tiempo.