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HISTORIA CONMOVEDORA

Durante 43 años vivieron creyendo que su hijo había muerto hasta que el teléfono sonó

La historia de una falsa muerte y de un “bebé de repuesto” que hoy cuenta su vida en un medio por primera vez

Durante 43 años vivieron creyendo que su hijo había muerto hasta que el teléfono sonó

Maxi había cumplido 33 años, ya era médico y acababa de confirmar la sospecha que lo había perseguido desde la infancia: era cierto, sus padres no eran sus padres biológicos.

Desesperado por saber más, los sentó uno al lado del otro para que no pudieran acordar una nueva mentira: ¿Cómo habían hecho para conseguir un bebé? ¿De dónde lo habían sacado?

El nexo -le juraron ellos, aterrorizados ante la posibilidad de perderlo- había sido su madrina.

Maxi, entonces, fue directo a ella. “La historia fue así”, arrancó la mujer, como si llevara años segura de que ese momento algún día llegaría.

“Yo tenía un compañero de trabajo que era pediatra, su esposa también era pediatra. Querían tener hijos pero no podían. Dos años antes de que vos nacieras esta pareja conoció a una chica embarazada que quería dar a su bebé. Ellos se ofrecieron a quedarse con la criatura, decidieron acompañarla y le pagaron los estudios pero a último momento la mujer se arrepintió y se quedó con la beba. Fue en 1977″.

A pesar de la devastación emocional en la que había quedado y de la ilegalidad que significaba fraguar la identidad de un bebé, la pareja de pediatras decidió volver a intentarlo. Esta vez con recaudos: “Decidieron entonces hacerlo con dos embarazadas a la vez, por si una se arrepentía”, siguió la madrina de Maxi.

El lado B de aquel reaseguro era evidente: si ninguna de las dos embarazadas se echaba atrás, había que ocuparse de ubicar al segundo bebé que naciera: “El bebé de repuesto”.

“Cuando yo me enteré de esto les comenté que conocía a una pareja que también quería tener hijos y no podía”, siguió ella. El primer bebé nació y lo llevaron con el matrimonio de pediatras. Vos naciste cinco días después: yo misma te fui a buscar y te llevé con los que fueron tus padres”.

Maxi la miró extrañado. Su madrina acababa de darle un montón de información y nada al mismo tiempo. ¿Quién era su mamá biológica entonces? ¿Lo había regalado? ¿Vendido? ¿Y quién era su papá?

La mujer juró que no sabía más nada, habían pasado más de tres décadas de todo aquello. Pero Maxi Jiménez no se quedó con eso, y durante los 9 años que siguieron se convirtió en el detective de su propia historia.

"Nací en el 79 y a medida que fui creciendo empecé a dudar”, cuenta él, que es médico toxicólogo y trabaja en el Hospital Fernández. “Cuando era chico un amigo me había dicho que éramos adoptados y aunque yo no le di cabida en ese momento me recuerdo buscando fotos de mi madre de crianza embarazada de mí, y recuerdo no haberlas encontrado”.

En esa casa de San Isidro la duda fue haciendo metástasis pero Maxi jamás se animó a preguntarle a sus padres -ingeniero él, docente ella- si era o no su hijo.

“Recuerdo haberme sentido muy conflictuado: ‘Si fuera cierto me lo habrían dicho: la verdad y la honestidad siempre fueron valores que nos inculcaron’, o ‘si voy con una acusación así y estoy equivocado, ¿cómo va a quedar mi relación con ellos? Sólo hacerles la pregunta indicaba que yo creía que ellos eran capaces de haberme engañado toda la vida”.

La revelación del secreto vino de un personaje secundario en la historia, alguien a quien nadie se había ocupado de silenciar: la mamá de una amiga. ¿Qué tenía que ver esa mujer en la trama? Nada, salvo que acababa de enterarse de que ella también había sido adoptada ilegalmente y había sentido la necesidad de hacer “causa común”.

“Supongo que sintió cierta fraternidad con todos los que habían sido engañados sobre sus orígenes biológicos”, piensa él. Por eso se ocupó de que Maxi se enterara de lo que muchos en el barrio sabían.

En vez de derrumbarse, cuando Maxi se enteró sintió que “me liberaba del peso del mundo, un peso que yo siempre había llevado sobre los hombros”. No estaba mal de la cabeza por dudar, no era un mal hijo que los estaba acusando falsamente.

De todas las preguntas que les fue haciendo durante los años que siguieron, Maxi recuerda especialmente una respuesta. “Cuando le pregunté a mi mamá de crianza por qué habían hecho algo así me dio una respuesta que la hizo un poco más humana”, dice él. “Algo así” es, concretamente, el delito de sustracción de identidad.

La respuesta fue “todas mis amigas estaban teniendo hijos y yo no podía”.

Maxi se fue enojando a medida que le fueron cayendo las fichas -“entiendo el deseo de tener un hijo, ¿pero más de tres décadas engañándome?”-, y pasó los siguientes tres años sin dirigirles la palabra.

 

 

 


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