La música folclórica salteña se viste de luto, tras la desgarradora noticia que atravesó el alma del norte argentino: Federico Córdoba, el inolvidable cantor, fundador de Las Voces de Orán y pilar del cancionero popular, partió para siempre.
Su voz, esa que resonaba como un eco de los cerros, que llevaba en cada nota el perfume de la tierra y el latir de su gente, se apagó, dejando un vacío que pesa como el silencio de una zamba sin guitarra.
Anoche, Orán, su ciudad natal, recibió a su hijo pródigo con el corazón en la mano. Una caravana interminable de autos, motos y vecinos apostados al borde del camino acompañó el regreso de Federico, en un abrazo colectivo cargado de congoja. Cada paso de ese cortejo era un testimonio del amor que esta tierra le profesaba a su cantor, un hombre que no solo cantó la vida, sino que la vivió con la intensidad de un verso sentido.
En la Casa de la Historia y la Cultura del Bicentenario, en el corazón de Orán, sus restos son velados hoy, mientras la ciudad llora y honra a quien fue su orgullo y su bandera. Las redes sociales, espejo de este dolor, se inundaron de mensajes que llegan desde todos los rincones del país y más allá, desde tierras vecinas que también conocieron su arte.
Artistas, amigos y admiradores desbordan las plataformas con recuerdos, fotos y palabras que intentan, aunque nunca alcancen, dimensionar lo que Federico significó. Porque no fue solo una voz, no fue solo un cantor. Federico Córdoba era un faro de la cultura norteña, un embajador de la amistad, un alma que en cada festival, en cada escenario, dejaba una huella imborrable. Su estilo, único e inconfundible, tejía en cada canción la memoria de un pueblo, sus luchas, sus amores, sus sueños.
El folclore argentino pierde a uno de sus grandes, pero su legado no se irá con él. Las Voces de Orán, su creación, seguirán cantando, porque Federico no solo dejó melodías, sino un camino, una manera de entender la música como un puente entre el corazón y la tierra. Hoy, mientras Salta llora y el norte se abraza en duelo, sus zambas, sus chacareras, su risa franca y su espíritu generoso resuenan como un canto eterno. Federico Córdoba no se ha ido del todo; su voz seguirá sonando en cada guitarra, en cada copla, en cada fogón donde el folclore sea hogar. Descansa en paz, maestro, y gracias por tanto.