Los argentinos enfrentan una realidad cada vez más dura: llenar el changuito del supermercado se ha convertido en un acto de equilibrio entre necesidad y deuda. Según un informe reciente del Centro de Estudios para la Recuperación Argentina (CentroRA), de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, el 46% de los consumidores paga sus compras de alimentos con tarjeta de crédito. Es decir, casi la mitad del país compra comida fiado.
Este dato representa un salto significativo frente al 39% registrado a fines de 2023, cuando Javier Milei asumió la presidencia. El fenómeno evidencia un patrón creciente: el crédito no se usa para darse un gusto, sino para subsistir.
El estudio advierte sobre una tendencia regresiva en el consumo masivo. Aunque algunos indicadores muestran leves signos de recuperación, el nivel de ventas aún está muy lejos de los valores anteriores al cambio de Gobierno.
"La demanda no logra recomponerse plenamente y permanece por debajo de los niveles previos al inicio de la actual gestión", indica el informe. Y va más allá: el uso del crédito ya no es una excepción, sino una necesidad básica en muchos hogares.
Esto se da en un contexto marcado por la caída del poder adquisitivo, la inflación acumulada y la incertidumbre económica que persiste a más de un año y medio del nuevo gobierno.
El análisis, basado en datos del INDEC de mayo de 2025, muestra que las ventas en supermercados mayoristas cayeron un 5% interanual. En contraste, los supermercados minoristas registraron una suba del 6,1% en el mismo período.
Sin embargo, ambas cifras se desploman si se las compara con meses anteriores: ni los aumentos en los minoristas logran sostener una recuperación estable, ni los mayoristas logran repuntar. Esto sugiere que las familias podrían estar comprando menos, pero más seguido, y con el crédito como principal herramienta.
El uso de stock previo —es decir, productos adquiridos antes de la crisis— podría estar ayudando a sostener el abastecimiento de góndolas, sin que se registre una reactivación real en la cadena mayorista.
Desde diciembre de 2023 hasta mayo de 2025, las cifras son contundentes. Las ventas en supermercados cayeron un 7%, mientras que en mayoristas el retroceso fue del 19%. A pesar de subas mensuales consecutivas desde enero, la pérdida acumulada no se revierte.
En comparación con el inicio del mandato de Milei, las ventas mayoristas están hoy un 34% por debajo, y las minoristas, un 28% más bajas. Es decir, incluso en los sectores donde hay una aparente mejora, el nivel de consumo sigue muy lejos del punto de partida.
Este panorama refleja que el "rebote" que se ve en algunos números no es sinónimo de recuperación. Los investigadores señalan que podría tratarse simplemente de una desacumulación de stock: supermercados que aún venden mercadería comprada meses atrás, sin renovar inventario.
Los consumidores no solo compran menos, sino que también enfrentan precios más altos en cada visita al súper. Esta combinación explica por qué el crédito se convirtió en un salvavidas: permite postergar pagos, aunque a un costo cada vez mayor.
Pero esta dinámica tiene un límite. Acumular deuda por alimentos no es sostenible a largo plazo. Y, cuando los resúmenes llegan a fin de mes, el peso de lo consumido se convierte en una carga financiera que muchos hogares no están pudiendo afrontar sin caer en mora o refinanciación.
Desde CentroRA, el mensaje es claro: el consumo actual está "parcialmente sostenido por mecanismos de endeudamiento". En otras palabras, el mercado interno no crece porque las familias ganen más o tengan mayor poder adquisitivo, sino porque se endeudan para no dejar la heladera vacía.
Y aunque el crédito puede servir como herramienta de emergencia, también es un reflejo de una economía frágil y de hogares que no logran cubrir sus necesidades básicas con ingresos propios.
El informe de la UBA pone sobre la mesa un dato preocupante, pero que ya forma parte del día a día de millones: en la Argentina de hoy, comprar comida con tarjeta es más la norma que la excepción.
Mientras tanto, las cifras oficiales muestran que, pese a ciertas mejoras puntuales, el consumo sigue estancado y el poder de compra no repunta. La economía se mueve, sí, pero muchas veces a crédito. Y en ese camino, el riesgo es que lo que hoy se compra con tarjeta, mañana se pague con intereses… o no se pueda pagar.