Agosto no es un mes cualquiera para las provincias del norte argentino. La llegada del tiempo de la Pachamama marca un momento especial: agradecer, pedir y compartir. Y en esos rituales ancestrales, la hoja de coca ocupa un lugar central. Sin embargo, este año, quienes buscan abastecerse se encontraron con un panorama desalentador: el precio se fue por las nubes.
La raíz del problema está del otro lado de la frontera. En Bolivia, los comerciantes y autoridades atribuyen la suba de precios a varios factores. El más fuerte: una escasez de combustible que dificulta el transporte de la coca desde las zonas de producción, como Los Yungas, hacia los centros de distribución.
Con menos movilidad y más costos logísticos, el impacto se traslada directamente al precio final del producto. Además, hay una disminución en la oferta de hoja disponible, lo que genera un efecto aún más inflacionario en los mercados urbanos.
En el Mercado Campesino de Tarija, por ejemplo, el “tacho” de coca (un paquete de 45 kilos) se comercializa entre 3.400 y 3.600 bolivianos. Al tipo de cambio oficial, eso representa unos 640.000 pesos argentinos, es decir, cerca de $14.000 el kilo. Traducido al consumo habitual, un cuarto de kilo cuesta aproximadamente $3.500.
El precio al consumidor también se ha disparado: una libra de hoja de calidad media, que hasta hace poco costaba 60 bolivianos, ahora supera los 90. Y la de mayor calidad ya ronda los 115 bolivianos. Todo indica que estos valores podrían seguir en alza en las próximas semanas.
Para los consumidores salteños, que dependen en gran medida del ingreso informal de hoja de coca desde Bolivia, la situación es compleja. No solo por el precio, sino también por la dificultad de conseguirla. En las ferias barriales o en el circuito no oficial de venta, muchos ya notan menos oferta y mayor especulación.
La hoja de coca no solo tiene valor ritual: para muchos trabajadores del norte argentino, es una aliada cotidiana. Su uso tradicional como energizante y supresor del hambre la hace indispensable en jornadas laborales extensas. Su encarecimiento afecta directamente a sectores populares que ven en la coca una herramienta de resistencia física y cultural.
Desde el gobierno boliviano explican que esta alza de precios no es solo producto del mercado. El viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, Jaime Mamani, sostuvo que la suba responde también a una estrategia estatal que busca erradicar los cultivos ilegales sin usar químicos ni causar muertes.
“Esta gestión logró avances en la erradicación sin violencia”, dijo Mamani. Pero esa misma política redujo la oferta de hoja en los mercados, lo cual también presiona sobre los precios.
Aunque las autoridades celebran el avance en la lucha contra la producción ilegal, los consumidores –tanto en Bolivia como en Argentina– ven cómo esa política impacta en su economía diaria.
Por ahora, no hay señales claras de que la situación se revierta a corto plazo. La crisis de combustibles en Bolivia no ha sido resuelta, y la estrategia de control de cultivos se mantiene firme por parte del gobierno. A esto se suma el aumento en los costos de transporte y la menor producción estacional.
Si bien hay esperanzas de que tras agosto –cuando baja la demanda ritual– los precios se estabilicen, los comerciantes del norte no son optimistas. "Cada vez es más difícil conseguir y vender. La gente se enoja con nosotros, pero no es culpa nuestra", expresó un puestero del mercado San Miguel en Salta capital.