Hay recetas que nacen para quedarse y los scones de queso son, sin dudas, uno de esos clásicos. Crujientes por fuera, suaves y aireados por dentro, con ese aroma irresistible a queso derretido que te hace salivar apenas abrís el horno. Y lo mejor es que se hacen con ingredientes simples, sin batidora y en tan solo 15 minutos.
Ingredientes para hacer de 8 a 10 scones de queso medianos
1 taza de harina leudante (aprox. 250 g)
Sal a gusto
40 g de manteca fría
1 cucharada de crema de leche o queso crema (opcional, pero le da suavidad)
150 g de queso semiduro (tipo pategrás, gouda o queso de barra)
½ taza de leche fría
El paso a paso para hacer unos deliciosos bizcochos de queso
En un bowl amplio, colocá la harina leudante y una pizca generosa de sal. Si querés darle un toque más sabroso, podés sumar una pizca de pimienta o un poquito de orégano seco.
Agregá la manteca fría cortada en cubitos. Con las yemas de los dedos, desmenuzala dentro de la harina hasta que te quede una textura arenosa. Este paso es clave para lograr un scone hojaldrado y con buena estructura.
Rallá el queso semiduro y agregalo a la mezcla. Mezclá bien para que se distribuya de manera pareja.
Agregá la cucharada de crema o queso crema (si usás) y luego la leche fría, de a poco, mezclando con una cuchara o con las manos hasta formar una masa. No amases demasiado, solo uní hasta que no haya restos de harina suelta.
Volcá la masa sobre la mesada apenas enharinada, estirá con las manos y doblala sobre sí misma un par de veces (esto le da esa textura esponjosa tan característica).
Luego formá un rectángulo, envolvelo en film o cubrilo y llevá a la heladera durante 30 minutos.
Sacá la masa de la heladera, estirá hasta que tenga 2 o 3 cm de espesor y cortá los scones en triángulos, cuadraditos o con cortante circular. Como más te guste.
Llevá los scones a una placa para horno (no hace falta enmantecar) y cocinalos en horno precalentado a 180°C durante 15 a 20 minutos, o hasta que estén doraditos y con olor a gloria.
Una vez listos, dejalos enfriar apenas, ya que lo ideal es comerlos tibios, cuando el queso todavía está blandito.