MÁS DE INTERNACIONALES



A más de dos décadas

El tsunami que marcó al mundo y la historia de una argentina que sobrevivió

A 21 años del devastador tsunami del océano Índico, el testimonio de Carolina Verdabasso Blanco, quien logró sobrevivir a la tragedia.

El tsunami que marcó al mundo y la historia de una argentina que sobrevivió

Este 26 de diciembre se cumplen 21 años de uno de los desastres naturales más devastadores de la historia reciente. Un terremoto de magnitud extrema frente a la costa de Sumatra, en Indonesia, provocó un tsunami que arrasó con comunidades enteras del sudeste asiático y dejó un saldo superior a las 200 mil víctimas fatales. Las imágenes de ciudades destruidas y playas convertidas en campos de escombros recorrieron el mundo y marcaron para siempre a una generación.

Las olas, de varios metros de altura, avanzaron con una fuerza imposible de detener. Indonesia fue el país más afectado, en especial la región de Aceh, donde se registró la mayor cantidad de muertes. Sri Lanka y la India también sufrieron consecuencias dramáticas, con miles de personas fallecidas y daños estructurales severos en zonas costeras. En Tailandia, el impacto golpeó con fuerza a destinos turísticos donde cientos de visitantes pasaban las fiestas de fin de año.

Entre quienes vivieron ese infierno en primera persona estuvo Carolina Verdabasso Blanco, una argentina oriunda de Rosario que por entonces residía en Kuala Lumpur junto a su esposo, Diego Talevi, por motivos laborales. Con apenas unos días libres y aprovechando las celebraciones de Navidad, la pareja decidió viajar a las islas Phi Phi, en Tailandia, acompañados por Bruno, su hijo de apenas un año.

El viaje, iniciado el 24 de diciembre de 2004, tenía un objetivo simple: descansar y pasar tiempo en familia. Las islas, conocidas por su belleza natural y su tranquilidad, parecían un destino ideal para moverse a pie y disfrutar con un niño pequeño. Nada hacía prever que, dos días después, ese paraíso se convertiría en escenario de una tragedia irreversible.

La mañana del 26 de diciembre comenzó como cualquier otra. Mientras preparaban los bolsos para una excursión de snorkel, Carolina recuerda haber escuchado gritos a lo lejos. Pensó que se trataba de festejos tardíos de Navidad. La rutina continuó hasta que, al salir de la habitación, el agua ya cubría los tobillos. En cuestión de segundos, el nivel subió hasta la cintura y el caos se volvió evidente.

Diego tomó a Bruno en brazos en un intento desesperado por protegerlo. Buscó sostenerse de una estructura cercana, mientras Carolina, empujada por la corriente, los perdió de vista. El agua avanzaba con una violencia imposible de describir, arrastrando todo a su paso. Golpes, giros, restos de construcciones y una fuerza que no daba tregua marcaron esos instantes.

Carolina fue arrastrada más de cien metros. Sin poder respirar ni aferrarse a nada, atravesó un momento límite. Cuando recuperó la conciencia, se encontraba atrapada bajo un techo, con apenas un hilo de luz visible. Vecinos y rescatistas lograron sacarla desde un primer piso. Las heridas físicas eran evidentes, pero el impacto emocional recién comenzaba.

Con el descenso de la adrenalina llegaron el dolor y el shock. Lesiones en las piernas, el rostro y un cuadro febril obligaron a su internación. Un día y medio después pudo comunicarse con su madre para avisarle que estaba con vida. Sin embargo, la confirmación sobre el destino de su esposo y su hijo tardó varios días más en llegar.

La noticia fue devastadora, aunque en lo más profundo Carolina ya intuía el desenlace. Los cuerpos de Diego y Bruno fueron hallados tiempo después, poniendo fin a una búsqueda angustiante. Una pareja amiga fue clave para organizar su traslado primero a Singapur, donde permaneció internada más de un mes, y luego a la Argentina.

El regreso no fue sencillo. A la recuperación física se sumó un largo proceso emocional atravesado por el duelo y la culpa. Carolina contó en distintas oportunidades que necesitó un acompañamiento terapéutico intenso para poder reconstruirse. Durante mucho tiempo se preguntó si algo podría haber sido distinto, si existía alguna decisión que hubiera cambiado el resultado.

Con los años, logró resignificar la experiencia. Comprendió que se trató de una tragedia imprevisible y que no hubo margen para evitarla. Su historia, atravesada por el dolor y la resiliencia, se convirtió en un testimonio clave para dimensionar el impacto humano del tsunami del océano Índico.

A más de dos décadas de aquel 26 de diciembre, el recuerdo sigue vivo. No solo en los países que aún trabajan en la reconstrucción y la memoria colectiva, sino también en historias personales como la de Carolina, que ponen nombre y rostro a una tragedia que cambió para siempre la forma en que el mundo entiende los desastres naturales y sus consecuencias.


¿Te gustó la noticia? Compartíla!