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El Festival Internacional de Cine de Venecia cumple 80 años

La muestra de arte cinematográfico es uno de los eventos y encuentros más importantes del universo audiovisual

El Festival Internacional de Cine de Venecia cumple 80 años

La muestra de arte cinematográfico de la Biennale de Venecia (tal el título correcto del festival) lleva ya 80 años de vida y es uno de los eventos y encuentros más importantes del mundo del cine.

Es el festival que mejor pudo sobrellevar la pandemia (con estrictos protocolos pero sin interrupciones o virtualidad plena) y hoy en día es uno de los pocos que sigue creciendo, sin restricciones presupuestarias evidentes. Es que pareciera que sólo los festivales de Cannes y Venecia han podido evitar los recortes generados (realmente o utilizando esa excusa) a raíz de los efectos de la pandemia. Da la impresión que se trata de eventos que pueden generar todo lo que desean y a los cuales ningún invitado piensa en declinar el convite.

Aún en ese contexto, un hecho inesperado y que no tiene que ver con la realidad italiana afectó claramente a la muestra veneciana. Ese hecho es la huelga de actores y actrices de Hollywood, que ha llevado a que las únicas verdaderas estrellas globales decidan no ser vistas en la prestigiosa alfombra roja del Lido de Venecia. Para un festival tan afecto a las estrellas, y dada la particular relación de Italia con los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, el impacto no es menor. En la ceremonia de apertura, y tras entregar un premio de honor a Liliana Cavani (directora de la recordada Portero de noche que estrenó aquí, fuera de competencia, la extremadamente fallida L’ordine del tempo) se pasó un video celebratorio del 80° cumpleaños. En pantalla se vieron en primer término a las estrellas de Hollywood (del cine clásico a Penélope Cruz), siendo acompañada la proyección con aplausos. Luego llegaron las estrellas locales, y sólo Fellini y Anna Magnani recibieron algún tibio acompañamiento, Passolini y Vittorio Gassman, por ejemplo, pasaron casi inadvertidos. Más allá de la injusticia que ello conlleva y sabiendo que no es este el lugar para examinar el porqué de esta circunstancia, las evidencias indican la realidad de lo anticipado: el único star system vigente a nivel global es el de Hollywood.

La huelga afectó también a la película de apertura. Y es que Challengers, dirigida por Luca Guadagnino (Call me by your name) y con las actuaciones de Zendaya, Josh O’connor y Mike Faist decidió que sin alfombra roja la ecuación no cerraba y ese lugar fue ocupado por el crédito local Comandante, de Edoardo de Angelis. La película “basada en una historia real” sigue la deriva del capitán de un submarino que, durante la segunda guerra mundial y tras hundir un barco belga (todavía no en guerra, pero ayudando a Inglaterra, adelantando la inminente decisión de Bélgica de sumarse al conflicto), contradice las órdenes y se niega a abandonar a los sobrevivientes del hundimiento en alta mar. Declamación que dialoga con el presente y los cambios en la política migratoria de Italia (que ahora sí propone dejar a los náufragos librados a su suerte) es tal la grosería del patrioterismo que termina, de algún modo, lavándole la cara al fascismo.

El festival de Venecia descree de las cancelaciones. Y allí está la última (e incomprensiblemente fallida) película de Roman Polanski, The Palace, y la nueva creación de Woody Allen, Coup de Chance (que tiene su premier hoy) dando cuenta de ello. Declaraciones contra la censura en Irán y la Guerra en Ucrania ocupan por momentos la alfombra roja en la que los directores y directoras caminan con sus estrellas sólo cuando ellas no pertenecen al universo de Hollywood.

¿Y las películas? Con una cantidad de grandes nombres que sorprende, las primeras presentadas en la Competencia Oficial llaman la atención por cierto aire adolescente, cierta inmadurez o un carácter menor respecto de otras creaciones de los autores. Es lo que sucede con la Ferrari de Michael Mann (Fuego contra fuego), a quien parece interesarle más la deriva de la empresa que profundizar en la vida de Enzo Ferrari o disfrutar de las carreras y con Maestro, de Bradley Cooper (Nace una estrella) que se queda sólo en la superficie de una vida fascinante como la del músico Leonard Bernstein. Dogman, de Luc Besson, que imagina un criminal que lleva adelante su accionar con una banda de perros, es tan disparatada como, en alguna medida, simpática y hasta disfrutable.

Sin estar ni por asomo entre lo mejor que ha hecho David Fincher (Pecados capitales, Zodíaco), The killer resulta un interesante ejercicio de detracción. Frente a las intrincadas tramas a que nos tiene acostumbrados, el director también de El club de la pelea sigue al asesino a sueldo interpretado por Michael Fassbender en un recorrido clásico y previsible de venganza.

Esperamos todavía por una obra maestra. Pero el podio, por ahora y empezando por el tercero, como corresponde, sería el siguiente. Bastarden, de Nikolaj Arcel (The promised land, según el título internacional que desnuda su engaño aún para quienes no manejamos el danés), película de época que hace foco en un capitán retirado (el inoxidable Mads Mikelsen) que contra viento y marea quiere desarrollar la agricultura en un lugar recóndito de Dinamarca. The Theory of everything, de Tim Kröger, y un intrigante ejercicio hithchkockiano, que incluye viajes por el multiverso y realidades paralelas. Y, sin dudas lo mejor visto, hasta el presente, The beast, de Bertrand Bonnello, un director que piensa el cine desde un lugar personal y arriesgado.


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