MÁS DE SOCIEDAD



Hay que matar al amor

La rutina sirve de coraza

Terminamos creyendo que hacemos sólo lo que podemos hacer y que nos sería imposible actuar o vivir de otra manera

La rutina sirve de coraza

Algunos entendidos dicen que el ser humano es un animal de costumbres y que no hay nada como un hábito para transformar su voluntad y su forma de pensar. La rutina es, justamente, el conjunto de costumbres y hábitos. Produce conocimientos, habilidades, comportamientos y actitudes necesarias para la vida personal y social. Las rutinas son necesarias, son una manera práctica de manejar la vida cotidiana. Pero al mismo tiempo y de manera imperceptible, se convierten en una forma de vida en la que nos refugiamos y comenzamos a tener miedo del cambio.

Una vida rutinaria es especialmente cómoda; produce espacios confortables que confieren seguridad. Porque los usos y costumbres nos permiten estar tranquilos y ser previsibles. De esta manera, evitamos errores y equivocaciones que puedan importunarnos. La inquietud, la ansiedad y las preocupaciones desaparecen de nuestro mundo; y crecen la eficiencia y la eficacia.

La rutina es un andamiaje compuesto por muchas piezas. Comprende desde la forma en que manejamos nuestros horarios habituales hasta nuestra concepción del futuro. Las rutinas son necesarias como una manera práctica de manejar la vida cotidiana. Pero al mismo tiempo y de manera imperceptible, se convierten en una forma de vida en la que nos refugiamos con miedo al cambio; pensamientos y sentimientos no se modifican. Las rutinas protegen tanto que a veces pueden convertirse en una verdadera cárcel, haciéndonos creer que debemos sentir, pensar y actuar de un solo modo.

La rutina merma nuestra curiosidad, disminuye nuestra capacidad de sorpresa. Pero, sobre todo, nos vuelve sordos y ciegos a nuestras propias potencialidades. Terminamos creyendo que hacemos sólo lo que podemos hacer y que nos sería imposible actuar o vivir de otra manera.

Lo peor de establecer rutinas y mantenerlas es que terminamos encasillándonos. Comenzamos a tener la percepción de que todo lo que no es familiar, resulta peligroso. Lo nuevo, lo diferente, se convierten en una especie de amenaza. Cuando nos domina la rutina, el riesgo pierde todo su atractivo frente a lo aparentemente seguro.

La rutina achica nuestra curiosidad, disminuye nuestra capacidad de sorpresa. Con la rutina vivimos amodorrados, en función de “cumplir” y no de evolucionar o de ser feliz. Vivir con pasión, por el contrario, significa sentir un genuino interés y un auténtico amor por las personas que nos ayudan a salir de nosotros mismos. Verdadero entusiasmo frente a los planes para el futuro y a todo lo que aún está por hacerse.

En definitiva, es el miedo quien nos encarcela en rutinas que sirven de coraza. Evitamos probarnos frente a lo nuevo, a lo desconocido. Hay un desafío: cambiar los convencionalismos, la monotonía, la seguridad que nos produce hacer lo mismo una y otra vez a fin de no tener que pensar demasiado. Salir de la zona de confort y agudizar las capacidades para encarar situaciones desconocidas. Nadie tiene que resignarse a trabajar o a vivir como no quiere, sólo por temor al cambio. Basta con recuperar esas parcelas de la vida en donde nos debemos enfocar para hacer lo que verdaderamente queremos: dormir, comer, bailar, vivir.

Decía Víctor Hugo: “¿Sabe cuál es mi enfermedad? La utopía. ¿Sabe cuál es la suya? La rutina. La utopía es el porvenir que se esfuerza en nacer. La rutina es el pasado que se obstina en seguir viviendo.” La agobiante sensación de que lo tenemos todo -o casi todo- para ser felices pero sin llegar a serlo, no nos da licencia para permitir que el amor se muera.

“Todos los sentimientos oscuros y los deseos más perversos del corazón, llegaron a una reunión con curiosidad de saber cuál era el propósito de esa invitación. Cuando estuvieron todos, habló el Odio y dijo: “Los he reunido, porque deseo matar a alguien con todas mis fuerzas. Quiero que maten al Amor”.

El primer voluntario fue el Mal Carácter. Al cabo de un año se volvieron a reunir: “Lo siento, lo intenté pero cada vez que yo sembraba discordia, el Amor la superaba y salía adelante”. Fue entonces cuando muy diligente se ofreció la Ambición. Efectivamente hirió al Amor pero éste después renunció a todo deseo de poder y triunfó de nuevo. El Odio envió a los Celos. El Amor confundido lloró, y pensó que no quería morir y con valentía y fortaleza se impuso sobre ellos y los venció.

Año tras año, el Odio siguió enviando a la Frialdad, al Egoísmo, a la Indiferencia, a la Pobreza, a la Enfermedad, y a muchos otros que fracasaron. Convencido de que el Amor era invencible les dijo a los demás: “Me doy por vencido”.

De pronto se levantó un sentimiento de quien no conocían ni siquiera el nombre. “Yo mataré al Amor”, dijo con seguridad. Tan sólo pasó algún tiempo y el Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles que después de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. El misterioso sentimiento les dijo: “Ahí les entrego al Amor totalmente muerto y destrozado; no hizo el menor esfuerzo para vivir”. “Y, ¿quién eres?”, le preguntaron. “Soy la rutina”.

 

Lic. Aldo Godino


¿Te gustó la noticia? Compartíla!