Hoy, la ciudad de Salta se convierte en el corazón palpitante de la fe norteña, con más de 48.000 peregrinos que arriban a la Catedral Basílica para honrar al Señor y la Virgen del Milagro. Desde las primeras horas de la mañana, las calles del centro se colman de cánticos, pañuelos al viento y el eco de campanas que dan la bienvenida a los fieles en el Día del Peregrino. Este evento, que marca el inicio de las celebraciones del Milagro, refleja la devoción inquebrantable de un pueblo que camina unido por su fe.
Los caminos de Salta se transformaron en ríos de promesantes que, desde los cerros, quebradas y valles, confluyen en la capital. Desde San Antonio de los Cobres, 12.000 peregrinos de la Puna desafiaron el frío y la altura para sumarse a la procesión. Desde el Valle Calchaquí, otros 12.000 devotos llegaron ayer, llenando el casco histórico de música y emoción. También se destacan los 5.000 caminantes de San Carlos, los 5.000 del Milagrito en Potrero de Díaz y los 5.000 de la Quebrada del Toro, que pintaron los senderos con banderas y estandartes.
Cada grupo trae consigo historias de sacrificio y esperanza. Hay familias que planifican esta peregrinación durante meses, cargando imágenes sagradas y ofrendas. Jóvenes que alzan los estandartes de sus comunidades, ancianos que avanzan con paso lento pero firme, y ciclistas que pedalean desde provincias vecinas como Jujuy, Tucumán y Catamarca. Muchos caminaron días enteros, enfrentando el sol ardiente, noches frías y terrenos agrestes, con cada paso convertido en una plegaria.
La geografía salteña, con su imponencia de cerros y desiertos, no fue obstáculo para los devotos. Desde Chicoana llegaron 3.500 promesantes, desde El Carril otros 3.000, y cientos más desde Orán, Rosario de la Frontera, Metán, Cerrillos y el Chaco salteño. Algunos durmieron bajo las estrellas, compartiendo mates y pan, mientras otros caminaron descalzos, dejando en cada ampolla un testimonio de su compromiso espiritual.

La Catedral Basílica, epicentro de esta celebración, se llena de lágrimas, sonrisas y cánticos que resuenan en cada rincón. Las campanas repican sin cesar, recibiendo a cada grupo con la calidez que distingue a Salta en estos días de fervor. Los peregrinos, agotados pero exultantes, encuentran en el santuario un espacio para agradecer, pedir y renovar su esperanza.
El Día del Peregrino no es solo una jornada de fe; es la expresión más pura de la identidad salteña, donde la comunidad se une en un abrazo colectivo. En cada pañuelo al viento, en cada canto que se eleva, Salta reafirma su esencia como tierra de devoción y encuentro.
