Tras una internación médica que mañana cumpliría tres meses, falleció el querido cocinero Ramiro Rodríguez Pardo quien tenía 87 años y hacía tiempo padecía de Parkinson. De origen español, el creador del legendario restaurante Catalinas es inolvidable para muchos por la gran dupla que formaba en televisión con su más entrañable amigo, el Gato Dumas.
Hacía años que Ramiro ya no tenía una cocina a cargo, ni estaba en la pantalla de la televisión, un tiempo de su vida que le había dejado infinitas anécdotas. “El Gato hacía de malo y yo de bueno pero él era puro corazón”, le dijo emocionado el año pasado en una entrevista a Clarín, en que su memoria iba y venía una y otra vez sobre los momentos que más lo habían marcado.
En esa oportunidad le contó a Clarín que en su tiempo de retiro, cocinaba para la familia -Mona, su pareja desde hace más de 4 décadas, su hijo Ramiro y su nieto menor Pedro- y los amigos que clamaban por sus paellas y su pulpo a la gallega. Y nunca se privaba de su plato favorito: papas fritas con huevo frito. “El placer de comer es el último que se pierde. Hay que dedicarle tiempo, darle la importancia que se merece”, reflexionaba.
La vida de Ramiro Rodríguez Pardo, un referente absoluto de la gastronomía argentina
Ramiro había nacido en Lugo (Galicia) y provenía de una familia gallega tradicional, en la que estaba previsto que siguiera una carrera religiosa; de hecho empezó su formación en el seminario jesuita de Lugo con la idea de hacerse sacerdote. Sin embargo, su vocación por la cocina se impuso, y decidió dejar esos estudios poco antes de ser ordenado.
De joven tuvo un tío que vivía en Buenos Aires que lo invitó a emigrar; ese tío tenía restaurantes, y le dio su primer contacto con el mundo culinario en Argentina. Antes de establecerse definitivamente en nuestro país, Ramiro también viajó a Europa para formarse en gastronomía, y realizó pasantías en Francia con chefs de prestigio.
Pero en su carrera hubo un antes y un después cuando conoció a su mejor dupla, el Gato Dumas. “Nosotros queríamos cambiar la idea de la cocina marrón de Buenos Aires, como la bautizó el crítico Miguel Brascó. El nos respaldó siempre en nuestra idea de crear una nueva cocina como tenía Francia, por ejemplo. En darle otro lugar a los cocineros, que hubiera un respeto por la gastronomía, que los restaurantes estuvieran en las revistas, en los diarios. Y lo logramos, tuvimos mucho éxito”, le explicaba orgulloso a Clarín el año pasado.
En esa ocasión la memoria de Ramiro era errante pero volvía con facilidad una y otra vez a determinados episodios de su vida. Este es uno de ellos: “Un día me desperté temprano. Vivíamos en una casa que salías y ya ponías un pie en el agua. De repente aparece una pareja caminando. ¡La mujer más bonita que hayas visto! Entonces se desnuda y se mete en el mar. Lo llamé al Gato para que no se lo perdiera. Era Brigitte Bardot nadando desnuda a metros de nosotros”, relataba.
Las anécdotas remitían a algunas de las que contaban en televisión con el Gato en esas jornadas eternas de grabación matizadas con unas cuantas botellas de vino tinto. Eso sí, sin tutearse nunca jamás. Se trataban de usted en la más absoluta intimidad: Ramiro llegó a compartir hasta una luna de miel por Europa con el Gato cuando éste se casó con su última esposa, Mariana Gassó.
Al mirar para atrás también se enorgullecía de sus grandes premios. “Catalinas fue elegido mejor restaurante de Argentina, el mejor de América Latina, ganó las 5 estrellas de diamante de la academia de los Estados Unidos…”, enumeraba. Otro hito: cuando se consagró campeón mundial de la cocina en Singapur. “Competí con los mejores del mundo y salí hasta en el New York Times… Y pensar que no quería participar…Había tirado la invitación y fue mi esposa la que me hizo ir. Al final uno siempre hace lo que le dice la mujer”, le dijo a Clarín entre risas.
Y también se hizo un tiempo para filosofar sobre la vida que según dijo le resultó hermosa pero “cortísima”. Aquí, su receta mejor: “Hay que salir de esos momentos en que uno se pierde de sí mismo como si estuviera en la nada. Hay que estar en la vida, saber tocarla, acariciarla y disfrutarla. Ser respetuoso con uno mismo y trabajar para estar bien”.
Palabras que muchos de sus seguidores, aquellos que lo miraban por televisión pero también los que lo conocieron en persona y aprendieron de él las artes y los oficios gastronómicos seguramente valorarán como una de sus mejores lecciones. Y sin dudas serán muchos quienes deseen darle un último adiós: tendrán su oportunidad este miércoles, al mediodía en la abadía San Benito de Palermo.