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Buda perdonó

Perdonar y perdonarse: superar el pasado

Es inútil volver sobre lo que una vez fue y ya no es

Perdonar y perdonarse: superar el pasado

Perdonar es una acción para la que no todo el mundo está preparado. Quien es capaz de perdonar conoce perfectamente la sensación de libertad. Es necesario para poder seguir adelante, para no arrastrar ningún peso. Sin embargo conocemos la importancia de saber perdonar a los demás, pero ¿qué pasa si necesitamos perdonarnos a nosotros mismos?

Nos permitimos amar a los demás sin habernos amado a nosotros mismos antes, queremos que nos perdonen sin antes perdonarnos, exigimos respeto sin antes respetarnos a nosotros mismos… Tal vez este error es tan solo la muestra de uno de nuestros grandes miedos: ser conscientes de nuestras debilidades y de que no somos perfectos. Nos cuesta mucho ver y aceptar nuestros errores. Quizás, por eso, preferimos mirar para otro lado. Pero no es egoísta pensar en nosotros mismos como primera opción.

Desde niños nos han enseñado la importancia de no odiar y ser capaces de perdonar a los demás. Y, en efecto, lo aprendemos. Tarde o temprano tomamos conciencia de que dejar de proyectar en otros el desprecio o el rencor sana, alivia y nos permite avanzar en todos los sentidos. Ahora bien, algo que nadie nos ha dicho nunca es que también es necesario saber perdonarse a uno mismo.

Para perdonarse a uno mismo y superar el pasado se necesita aplicar una delicada artesanía psicoemocional. El dolor por un ayer del que nos sentimos culpables es como un hilo suelto en nuestro tejido existencial. No es bueno vivir con esa angustia permanente, con esa pesadumbre interior que no nos deja avanzar. Es inútil volver sobre lo que una vez fue y ya no es. Es cierto, todos sabemos que no es adecuado situar la mirada de manera constante en el retrovisor del pasado, en esa dimensión inexistente ya.

Cometer errores es humano, pero culpabilizarse de manera constante por ello, es insano mentalmente. A la hora de superar un ayer traumático y que arrastramos como una losa, hay que tener presente un aspecto. Lo sucedido fue malo, pero no sabíamos lo que iba a suceder y no disponíamos tampoco de la experiencia que tenemos ahora. Por tanto, es decisivo entender que todos tenemos pleno derecho a errar, pero también tenemos la obligación de curar la herida.

En esta existencia, como parte de nuestra humanidad, se nos permite ser falibles y vulnerables. Vivir es cambiar, ir de lo peor a lo mejor, explotar con inteligencia virtudes y defectos, darnos oportunidades de aprendizaje. El pasado contribuye a perfilar la persona que somos hoy.

Seamos lo suficientemente valientes como para ser compasivos con nosotros mismos. Dejemos de criticarnos, de echarnos la culpa, de pensar en qué hubiera pasado si hubiésemos actuado de otra manera. Equivocarse es humano, errar es algo común, sobre todo si queremos evolucionar. Un error es una invitación a descubrir otro camino, otra forma de hacer las cosas. Un trampolín directo a mejorar. No es el agujero en el que caer para no salir más, para quedar atrapados y abandonar.

Lamentablemente a partir de nuestro error poco a poco nos hemos ido convirtiendo en nuestro peor enemigo; nos hemos declarado la guerra, nos hemos catalogado como monstruos y nuestro interior se ha ido rompiendo. Perdonar es aprender a dejar ir para reinventarnos. No tenemos el poder de viajar hacia el pasado para modificar lo que sucedió, pero sí la valentía suficiente para enmendar ese error buscando otras alternativas.

Volvamos. Saber perdonar es una capacidad válida para recuperar el equilibrio emocional. Ya no solo por el buen gesto hacia la otra persona, también de cara a nosotros mismos. Al fin y al cabo, no es recomendable vivir siempre bajo el rencor y la venganza. Eso que se dice de “ojo por ojo, y todos acabaremos ciegos” no podría ser más cierto. Más allá de nuestras palabras de perdón, es necesario un sentimiento sincero que abra la puerta a la reparación del dolor. Entre los muchos beneficios del perdón, se encuentra la paz que produce en todas las partes.

Por mucho que nos haya dolido el agravio, es imprescindible un mínimo de empatía para perdonar con sinceridad a una persona. Es necesario también desprenderse de ciertos prejuicios y sentimientos de superioridad; sin esa humildad será difícil llegar al perdón. Además el perdón suele ir de la mano del amor.

“Cuentan que un día Buda estaba sentado en la ladera de una montaña, meditando y contemplando en serenidad el paisaje cuando un primo suyo, que le envidiaba, subió hasta lo más alto de la montaña y lanzó desde allí una enorme roca con la intención de matarle. Sin embargo, erró en su intento, y la pesada roca aterrizó con estrépito junto a Buda, interrumpiendo su meditación, pero sin hacerle daño. Instantes después, el maestro siguió como si nada, sereno y mirando al horizonte.

Días después, Buda se encontró con su primo. Éste, avergonzado, le preguntó:

-Maestro, ¿no estás enfadado?

-No, claro que no- contestó él.

-¿Por qué no lo estás? ¡Intenté matarte!

-Porque ni tú eres ya el mismo que arrojó la roca ni yo soy el mismo que estaba allí sentado.”

Moraleja: «Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable»

 

Por Lic. Aldo Godino


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