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Murió Peter Greene, el inolvidable villano de Pulp Fiction y La máscara

El actor estadounidense fue hallado sin vida en su departamento de Nueva York a los 60 años.

Murió Peter Greene, el inolvidable villano de Pulp Fiction y La máscara

La muerte de Peter Greene sacudió al mundo del cine y volvió a poner en primer plano a uno de esos actores que, sin ser estrellas tradicionales, marcaron a fuego a toda una generación de espectadores. El intérprete estadounidense, recordado por encarnar villanos intensos y perturbadores en películas icónicas como Pulp Fiction y La máscara, fue encontrado sin vida en su departamento del Lower East Side de Nueva York. Tenía 60 años.

La confirmación del fallecimiento llegó a través de su entorno cercano, que detalló que el actor había sido hallado en su vivienda luego de que se advirtiera una situación fuera de lo habitual. Por el momento, no se difundieron precisiones oficiales sobre la causa de la muerte. La noticia generó un inmediato impacto en la industria cinematográfica y entre fanáticos del cine de culto, especialmente de las producciones que definieron la década del noventa.

Greene construyó una carrera singular, apoyada en una presencia física inquietante, una mirada dura y una capacidad poco común para transmitir amenaza incluso en silencio. No necesitaba grandes parlamentos para imponer respeto o incomodidad en escena. Ese rasgo lo convirtió en una pieza clave para directores que buscaban personajes oscuros, marginales o moralmente ambiguos, y lo llevó a ocupar un lugar destacado dentro del cine policial y de acción.

El gran salto a la popularidad llegó en 1994, un año decisivo para su trayectoria. En Pulp Fiction, la película que redefinió el cine independiente estadounidense, interpretó a Zed, un personaje secundario pero brutal, cuya aparición quedó grabada en la memoria colectiva por la crudeza de las escenas en las que participa. Ese mismo año, se puso en la piel de Dorian Tyrell en La máscara, el antagonista principal del personaje de Jim Carrey, combinando violencia, ambición y un carisma oscuro que contrastaba con el tono humorístico del film.

Esos dos roles, tan distintos en estilo pero similares en intensidad, terminaron de sellar su imagen pública: la del villano perfecto. Greene supo capitalizar ese perfil sin caer en la caricatura, aportando siempre una cuota de humanidad perturbadora a sus personajes. En lugar de limitarse al estereotipo, buscaba profundizar en las contradicciones internas de cada rol, algo que fue reconocido tanto por el público como por la crítica especializada.

Antes de ese reconocimiento masivo, ya había demostrado su talento en Clean, Shaven (1993), una película independiente en la que asumió uno de los desafíos más complejos de su carrera. Allí interpretó a un hombre con esquizofrenia acusado de un crimen atroz, en un trabajo exigente desde lo físico y lo emocional. Su actuación fue destacada por la forma en que logró transmitir el caos interno del personaje sin recurrir a golpes bajos, construyendo una figura tan frágil como inquietante.

Consolidado como actor de carácter, Greene siguió sumando participaciones en producciones de alto impacto. En The Usual Suspects apareció como Redfoot, un engranaje clave dentro de la trama criminal que sostiene el relato. Más adelante, en Training Day, encarnó a un detective integrante de una brigada policial corrupta, aportando una de las escenas más recordadas del film por su crudeza y tensión. Ese tipo de papeles reforzaron su reputación como intérprete ideal para historias atravesadas por la violencia urbana y los dilemas morales.

Durante los años 2000 y 2010, su presencia en la industria se mantuvo constante, aunque lejos del brillo comercial de sus trabajos más conocidos. Greene continuó actuando tanto en cine como en televisión, alternando producciones independientes con proyectos de mayor alcance. Eligió, en muchos casos, historias más pequeñas, centradas en personajes al límite, fiel a un estilo que nunca intentó suavizar para agradar al gran público.

Esa coherencia artística le permitió sostener una carrera respetada, incluso cuando los reflectores ya no apuntaban directamente hacia él. Para muchos cinéfilos, especialmente los seguidores del cine policial y de culto, Peter Greene siguió siendo una referencia ineludible, un actor capaz de elevar cualquier escena con apenas aparecer en pantalla.

Nacido el 8 de octubre de 1965 en Montclair, Nueva Jersey, Greene se volcó a la actuación siendo muy joven y se formó en Nueva York, ciudad que también sería el escenario de sus primeros pasos profesionales. Desde sus comienzos, mostró una inclinación por personajes intensos y complejos, alejados del heroísmo clásico, algo que terminó definiendo toda su carrera.

Más allá de sus trabajos más famosos, quienes lo conocieron destacan que, lejos de la imagen intimidante que proyectaba en pantalla, tenía un costado sensible y generoso, poco visible para el gran público. Esa dualidad entre la dureza de sus personajes y su vida personal alimentó, con los años, una especie de aura enigmática que rodeó su figura.

La muerte de Peter Greene deja un vacío particular en el cine: el de esos actores que no siempre encabezan los afiches, pero sin los cuales muchas películas perderían fuerza y verosimilitud. Su legado permanece en escenas que aún hoy se recuerdan, se comentan y se revisitan, y en una filmografía que sigue dialogando con nuevas generaciones de espectadores.

En Argentina, donde el cine de los noventa mantiene un público fiel y cinéfilo, la noticia fue recibida con sorpresa y pesar. Greene se va, pero sus personajes —oscuros, incómodos, inolvidables— siguen vivos en la memoria del cine.

 


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