La pelea entre Hugo y Pablo Moyano no es solo un drama familiar, sino un terremoto político que desnuda las fracturas del sindicalismo argentino y la lucha por el control de la CGT en un momento crítico.
Hugo, el patriarca de Camioneros, decidió esta semana plantarse con una furia inusitada contra la estrategia de Cristina Kirchner y, de paso, contra su propio hijo, Pablo, quien, en un movimiento que huele a traición, se reunió con la ex presidenta para ofrecerle el respaldo del sindicato sin el aval paterno. Este episodio, lejos de ser un simple roce doméstico, es una bomba de tiempo que redefine alianzas, expone ambiciones y anticipa un octubre caliente en la elección de autoridades de la central obrera.
Hugo Moyano, con la astucia de un viejo zorro sindical, no se guardó nada. En la reunión en la Federación de Trabajadores de Sanidad (FATSA), no solo despachó al PJ kirchnerista como una “cáscara vacía” —una bofetada a la cúpula que Cristina y Máximo manejan a piacere—, sino que también aprovechó para ajustar cuentas familiares. Su frase lapidaria, “Pablo la fue a visitar y ni me llamó por el Día del Padre”, no fue solo un dardo envenenado contra su hijo, sino una señal clara: en el universo Moyano, la lealtad al clan y al sindicato no se negocia, ni siquiera por la reina del peronismo. La ausencia de ese llamado, mencionada con sorna, no es un detalle menor; es la confirmación de una ruptura que lleva años gestándose y que ahora estalla en el escenario público.
Pablo, por su parte, parece haber jugado una carta arriesgada. Su visita a Cristina, orquestada según la CGT por Sergio Palazzo, huele a maniobra para ganar puntos con el kirchnerismo duro y posicionarse como un jugador autónomo en la interna sindical. Pero el costo es alto: no solo desafió a su padre, sino que comprometió al sindicato de Camioneros en una jugada que Hugo, con su olfato político, considera un error estratégico.
Apoyar un paro general o una marcha por Cristina, condenada y en el ojo de la tormenta, es para Hugo una aventura que la CGT no puede permitirse. Su mensaje es claro: no se juega el prestigio de la central obrera en una cruzada personal de la ex presidenta, menos aún cuando el kirchnerismo, según él, nunca movió un dedo por los gremios no alineados durante los allanamientos del macrismo.
La jugada de Pablo, además, pone en evidencia las tensiones internas de la CGT. Mientras Hugo se alinea con los sectores más moderados, que rechazan el aventurismo K, Pablo coquetea con los sindicalistas kirchneristas como Palazzo, Santa María y Moser, todos con un pie en el Consejo Nacional del PJ. Este juego de tronos no es solo una lucha de egos; es una batalla por el control de la narrativa obrera y los recursos del movimiento. La CGT, que debería ser un frente unificado, aparece hoy como un campo minado donde las lealtades se compran y se venden al mejor postor.
Lo que subyace en esta pelea es una verdad incómoda: el sindicalismo argentino, lejos de ser un bloque monolítico, está fracturado por intereses personales y agendas políticas. Hugo Moyano, con su historial de pragmatismo y oportunismo, sabe que el futuro de la CGT no puede atarse a una figura tan polarizante como Cristina. Pablo, en cambio, parece apostar por un kirchnerismo que, aunque golpeado, aún tiene capacidad de movilización y peso en el peronismo. Pero su movida inconsulta no solo lo expone como un hijo rebelde, sino como un dirigente que subestima el costo de desafiar al viejo líder.
El desenlace de esta saga familiar y política será decisivo. Octubre, con la renovación de autoridades en la CGT, será el ring donde se dirima no solo el liderazgo de la central, sino también el destino de los Moyano como dinastía sindical. Hugo, con su retórica combativa y su control sobre Camioneros, sigue siendo un titán. Pero Pablo, con su jugada arriesgada, ha mostrado que no está dispuesto a vivir a la sombra del padre. Lo que está en juego no es solo una pelea de egos, sino el alma de un movimiento obrero que, una vez más, se tambalea entre la lealtad al poder y la lucha por su propia supervivencia.