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FIN DEL MISTERIO (?)

El caso Diego Fernández Lima conmociona al país 41 años después

Durante más de cuatro décadas, una madre esperó frente a la ventana por noticias de su hijo.

El caso Diego Fernández Lima conmociona al país 41 años después

El pasado 20 de mayo, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó restos óseos encontrados en una vivienda ubicada en la calle Congreso al 3700, en el barrio porteño de Coghlan. El cuerpo pertenecía a Diego Fernández Lima, un adolescente de 16 años que desapareció en 1984.

La vivienda donde fue encontrado el cuerpo está situada justo al lado de la casa donde vivió el reconocido músico Gustavo Cerati, lo que sorprendió aún más a la familia. Allí, Diego habría sido asesinado y enterrado en el mismo sitio donde vivía su presunto agresor: Cristian Graf, un excompañero de escuela.

Cuando Diego desapareció, la policía se negó a tomar la denuncia. El caso fue rápidamente catalogado como una "fuga de hogar", bajo la suposición de que el joven se había ido con una mujer. Esa negligencia selló décadas de silencio y abandono por parte del Estado.

Pero su padre, Juan Benigno “Tito” Fernández, jamás bajó los brazos. Hasta el día de su muerte —en un accidente de tránsito mientras recorría la zona donde ahora hallaron el cuerpo— Tito repartía panfletos, recorría hospitales, hablaba con vecinos y seguía pistas. Estaba convencido de que su hijo había sido captado por una secta que traficaba órganos.

Incluso apuntó directamente a la secta Moon (también conocida como Iglesia de la Unificación), una organización que fue señalada en ese entonces por captar a jóvenes. Según la familia, era una teoría que el entorno de Tito siempre tomó en serio.

Irma Lima, madre de Diego, tiene hoy 87 años. Según relató Javier Fernández Lima, hermano del joven asesinado, ella jamás perdió la esperanza. "Hasta la semana pasada, lo esperaba todos los días. No quiere sacar el teléfono de línea por si llama, y mira la ventana como cuando tenía 16 años", expresó con profundo dolor.

La clave para confirmar la identidad de los restos fue una muestra de ADN que Irma se ofreció a brindar. Gracias a su decisión, se pudo cerrar una de las historias más largas y dolorosas de desaparición en democracia.

El principal apuntado por la muerte de Diego es Cristian Graf, hoy de 58 años, quien vivía en la casa donde apareció el cuerpo. Graf fue amigo de Diego desde el preescolar y ambos asistían a la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N.º 36. Sin embargo, su nombre nunca había figurado entre los sospechosos del padre.

La familia Fernández Lima asegura que desconocían por completo a Graf, y que nunca estuvo en los papeles de Tito, quien mantenía una libreta con posibles involucrados.

Aunque la causa prescribió por el paso del tiempo, el fiscal Martín López Perrando convocó a los excompañeros de Diego para reconstruir lo que ocurrió en aquellos años. Aunque no haya posibilidad de juicio penal, se espera que los testimonios puedan arrojar más luz sobre lo sucedido.

Para Javier, lo más duro no fue solo la confirmación de la muerte de su hermano, sino cómo el sistema ignoró durante tanto tiempo el dolor de una familia. “Esto parece una película. No terminamos de caer. A mi mamá le contamos que es Diego, pero no todo. Se lo vamos dosificando”, contó.

Su hermana Marcela, que vive en el norte del país, ya se encuentra viajando para acompañar a su madre y al resto de la familia en este momento tan devastador.

Impulsado por la injusticia que vivieron, Javier planea presentar una iniciativa legislativa inspirada en la “Ley Piazza”, que extendió los plazos de prescripción para los abusos sexuales en la infancia. Su proyecto, denominado “Ley Diego”, buscaría aplicar una extensión similar para los casos de desapariciones no resueltas.

“Me encantaría que esto sirva a otros familiares que siguen buscando a sus seres queridos. Que se investigue, que no se archiven las causas como si fueran basura. Que paguen por el daño que causaron”, afirmó.

El caso de Diego Fernández Lima no solo refleja el dolor de una familia, sino también el abandono institucional de una sociedad que no supo —o no quiso— escuchar a tiempo. El paso del tiempo no curó, pero sí trajo una respuesta. Aunque llegó tarde, esa verdad era necesaria.

La historia de Irma, Tito, Javier y Diego no es solo una tragedia individual, es un símbolo de la lucha de cientos de familias argentinas que siguen buscando, esperando, resistiendo.


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