Jorge Rial, una de las voces más conocidas del periodismo argentino, denunció públicamente haber sido víctima de un episodio que lo dejó con una profunda sensación de inseguridad. Según relató, un auto Ford Falcon —símbolo inconfundible del terror estatal durante la última dictadura militar— apareció estacionado frente a su casa, con una persona en su interior que lo observaba de manera fija. Para Rial, no se trató de una coincidencia ni de una simple situación callejera, sino de un acto cargado de mensajes y tensiones políticas.
El hecho fue narrado por el propio conductor en su programa de radio y también en redes sociales, donde aprovechó para señalar al gobierno nacional como responsable de fomentar un clima de represión y persecución hacia el periodismo. En particular, apuntó contra el presidente Javier Milei y su vicepresidenta Victoria Villarruel, a quienes acusó de reivindicar símbolos y discursos ligados al terrorismo de Estado.
El vehículo, un Falcon de los clásicos modelos setentistas, estaba estacionado frente a su domicilio con un hombre en su interior tomando mate y mirando fijamente. Lo que en otro contexto podría haber pasado como una postal urbana común, para Rial tuvo otro significado: un guiño oscuro al pasado más doloroso de la Argentina. Y no solo él lo notó. Vecinos del barrio también advirtieron la presencia sospechosa y llamaron a la policía, que se acercó al lugar para tomar intervención.
“Llegar a tu casa y ver un Falcon con un tipo adentro no es algo menor. En este país, ese auto no es solo un auto. Tiene historia, tiene peso simbólico. Y más si el que está adentro no hace nada, solo te mira”, expresó el conductor con visible molestia. Según relató, el episodio no fue un hecho aislado, sino que vino precedido por llamados telefónicos extraños y contactos con personas que, bajo apariencia de amistad, habrían intentado sacarle información.
La denuncia no se detuvo ahí. A través de su cuenta de X (ex Twitter), Rial se explayó aún más y planteó un escenario preocupante para la libertad de expresión en Argentina. Afirmó que el gobierno de Javier Milei está construyendo un relato conspirativo para deslegitimar al periodismo crítico, vinculándolo con supuestas maniobras internacionales de espionaje y desestabilización. “En un acto de locura extrema y en su peor momento, el régimen de Milei no solo quiere acusar al periodismo por investigar la corrupción en su gestión, sino que va directo contra la libertad de prensa y expresión”, escribió.
En Salta y en todo el país, los ecos de esta denuncia generaron reacciones diversas. Por un lado, están quienes creen que se trata de una legítima advertencia sobre el avance de un clima autoritario, en especial cuando se trata de voces disidentes al poder de turno. Por otro, algunos sectores más alineados con el gobierno restan importancia al episodio, insinuando que se trataría de una estrategia para victimizarse y posicionarse políticamente.
Más allá de las interpretaciones, lo cierto es que la presencia de un Falcon en la puerta de la casa de un periodista crítico no puede analizarse con liviandad en Argentina. En la memoria colectiva del país, esos autos son símbolos del miedo, del secuestro, de la desaparición. Y en una coyuntura política donde los ánimos están caldeados, donde el debate público se ha vuelto cada vez más virulento, no sorprende que un hecho como este encienda alarmas.
En los últimos meses, se ha percibido un endurecimiento en el tono del gobierno hacia quienes lo cuestionan. Las redes sociales, usadas activamente por funcionarios y voceros libertarios, se han convertido en trincheras digitales donde el periodismo es blanco constante de ataques, descalificaciones y teorías conspirativas. En este contexto, los dichos de Rial no suenan tan descabellados: denuncian un clima de intimidación que, aunque no siempre se manifieste de forma explícita, va calando hondo en la práctica profesional de quienes informan.
En Salta, donde el periodismo local también enfrenta tensiones con sectores de poder, la denuncia de Rial resuena con fuerza. Muchos trabajadores de prensa recuerdan presiones, llamados y advertencias cuando el contenido de sus notas incomoda a funcionarios o grupos económicos. El caso del conductor de Argenzuela pone en evidencia que, si bien los métodos pueden variar, la intención de disciplinar a la prensa crítica atraviesa gobiernos y geografías.
Rial, lejos de aminorar el tono, redobló la apuesta. En sus redes sociales anticipó que seguirá investigando y denunciando lo que considera actos de corrupción dentro del oficialismo. “Hacemos periodismo y eso nos hace peligrosos para los que no creen en la democracia”, escribió, marcando una línea clara entre su tarea y lo que él considera una amenaza institucional.
Mientras tanto, el episodio del Falcon dejó una marca. No solo en el protagonista, sino también en la discusión pública. ¿Fue un simple acto aislado o una advertencia velada? ¿Exageración o síntoma de un tiempo en el que el periodismo vuelve a estar en la mira? Preguntas que resuenan, y que en una provincia como Salta —donde la democracia también se construye con memoria— no pueden ser ignoradas.