El gobernador Gustavo Sáenz retomó esta semana uno de los reclamos que más tensión viene generando entre las provincias del Norte y el Gobierno nacional: la falta de avances en las obras comprometidas en 2024, que siguen sin fecha clara de ejecución. Con su habitual mezcla de firmeza e ironía, el mandatario describió la situación con una frase que rápidamente se replicó en todo el arco político: “Seguimos esperando que aparezca el poncho”. La expresión, nacida en tono humorístico, resume el cansancio por la demora en proyectos que —según él mismo aclaró— no alteraban el equilibrio fiscal y ya deberían estar en marcha.
Sáenz remarcó que no se trata de nuevos pedidos ni de reclamos extraordinarios, sino del cumplimiento de convenios firmados antes del cambio de administración. La insistencia apunta a obras de infraestructura que quedaron detenidas y que, en algunos casos, estaban pensadas para mejorar rutas, servicios básicos y conectividad regional. Si bien el gobernador evitó hablar de confrontación, sí dejó en claro que la paciencia tiene un límite y que las provincias necesitan definiciones concretas para planificar su actividad económica y administrativa.
Desde el entorno del mandatario explican que cada semana que pasa sin respuestas complica la ejecución de los cronogramas proyectados. La frase sobre que “tal vez las inaugure mi tataranieto”, aunque dicha con humor, refleja un fastidio real. En las últimas reuniones internas se habló de volver a elevar informes técnicos actualizados para insistir en la importancia de retomar los trabajos y destrabar los fondos correspondientes.
La preocupación provincial aparece en un contexto nacional atravesado por tensiones económicas y reordenamientos internos. En los últimos días, la administración central registró el uso de fondos provenientes del swap con el Tesoro de los Estados Unidos, un movimiento que generó debate sobre la disponibilidad de recursos y la prioridad que tendrán las diferentes áreas del Estado. Aunque estas operaciones no guardan relación directa con las obras paralizadas, sí alimentan la sensación de que el panorama fiscal está en plena revisión y que las provincias quedan a la espera de definiciones que dependen de decisiones tomadas a nivel central.
Paralelamente, el Gobierno nacional avanza con auditorías y controles en organismos clave, como la Agencia Nacional de Discapacidad, con el objetivo declarado de ordenar contrataciones y detectar irregularidades. Este tipo de procesos, que suelen extenderse en el tiempo, agrega otra capa de demora a convenios cuya aprobación requiere un trámite administrativo cada vez más exhaustivo.
Al mismo tiempo, el Ejecutivo intenta reforzar la relación con mandatarios provinciales para lograr apoyo legislativo en proyectos sensibles, entre ellos el Presupuesto y reformas laborales y tributarias. En ese marco, varios gobernadores fueron convocados para negociar posibles consensos que permitan encaminar las próximas sesiones del Congreso. Para las provincias, cada una de estas reuniones se convierte en una oportunidad para insistir en sus demandas, especialmente aquellas vinculadas a obras demoradas o fondos pendientes.
Mientras estas conversaciones avanzan, la comparación con otros distritos del país vuelve a quedar sobre la mesa. En la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, continúan a buen ritmo los trabajos de ampliación del Puente Labruna, una obra de envergadura que busca mejorar la movilidad en Núñez y vincular nuevos polos urbanos. La rapidez con la que avanza ese proyecto contrasta con la parálisis que afecta a distintos puntos del interior, alimentando nuevamente el debate histórico sobre las diferencias de inversión entre las grandes urbes y las regiones periféricas.
Sáenz evita caer en ese contrapunto directo, aunque sus palabras dejan ver que la preocupación es compartida por muchos de sus pares. La falta de previsibilidad dificulta la planificación de áreas estratégicas como turismo, producción agrícola, logística y servicios públicos. En varias provincias ya se advierte que la continuidad de obras menores —financiadas en parte por programas nacionales— depende de la liberación de partidas que todavía no tienen fecha asegurada. Y a nivel municipal, los intendentes empiezan a sentir el impacto: algunas obras de cordón cuneta, mejoramiento urbano o infraestructura básica se encuentran prácticamente detenidas a la espera de los fondos comprometidos.
En este escenario, el reclamo de Sáenz no aparece como un hecho aislado, sino como parte de un clima general en el que varios gobernadores buscan reactivar compromisos firmados antes del cambio de gestión. La metáfora del poncho, lejos de ser una ocurrencia pasajera, terminó sintetizando un estado de situación: una expectativa que se prolonga sin respuestas y que, según advierten, ya empieza a afectar el desarrollo de obras clave.
A pesar de esto, el gobernador mantiene una postura equilibrada. Prefiere sostener canales de diálogo abiertos, apostar al entendimiento y evitar una escalada que complique aún más las relaciones institucionales. Su mensaje busca poner el tema en agenda sin romper el vínculo político, una estrategia que lo ha caracterizado en gestiones anteriores, independientemente del color político de la Casa Rosada.
El interrogante ahora pasa por saber si el Gobierno nacional dará señales en las próximas semanas. Con el Presupuesto en discusión y la necesidad de acumular respaldo político, algunos funcionarios deslizan que podría haber novedades sobre convenios pendientes y obras priorizadas. Sin embargo, hasta que no haya un anuncio formal, las provincias siguen operando en un terreno de incertidumbre.
Mientras tanto, la frase de Sáenz continúa circulando entre funcionarios, legisladores y vecinos: el “poncho” aún no aparece. Lo que está en juego no es sólo una metáfora pintoresca, sino la expectativa de que los compromisos firmados se cumplan y de que las obras finalmente vuelvan a tomar ritmo. Porque, más allá de las ironías, la demanda central sigue siendo la misma: previsibilidad, cumplimiento y un plan de trabajo que permita a las provincias avanzar sin depender de una espera indefinida.