MÁS DE CULTURA



Navidad y tradición

El origen real de Papá Noel y el viaje de un mito a través de los siglos

Detrás del personaje más popular de la Navidad hay una historia que mezcla ritos paganos, fe cristiana y cultura moderna, con un obispo del siglo IV como figura central.

El origen real de Papá Noel y el viaje de un mito a través de los siglos

La escena se repite cada diciembre: millones de hogares esperan la llegada de un personaje que reparte regalos en silencio, entra por la chimenea y desaparece antes del amanecer. No tiene documentos, domicilio fijo ni edad precisa, pero su presencia organiza la Navidad en buena parte del planeta. Papá Noel, Santa Claus o como se lo llame según el idioma, es uno de los mitos más persistentes de la cultura occidental. Y lejos de ser un invento reciente, su historia atraviesa siglos, religiones y continentes.

Para entender por qué este personaje sigue vigente, conviene dejar de preguntarse si es real y empezar por algo más profundo: qué necesidad vino a cubrir y por qué logró sobrevivir a tantos cambios culturales. La respuesta empieza mucho antes del arbolito y los regalos, en pleno invierno del mundo antiguo.

Diciembre nunca fue un mes cualquiera. Antes de la Navidad, el solsticio marcaba el momento más oscuro del año, con días cortos, frío intenso y una sensación de amenaza constante. Las cosechas ya estaban guardadas y el temor al hambre o a la escasez era real. Frente a ese panorama, distintas culturas respondieron de manera parecida: encendiendo fuego, haciendo ruido, compartiendo comida y entregando regalos. La lógica era simple y poderosa: si la oscuridad avanzaba, había que enfrentarse a ella con luz y comunidad.

En la antigua Roma, esa respuesta tomó forma en las Saturnales, fiestas populares donde se suspendían jerarquías, se invertían roles sociales y se habilitaba un breve desorden colectivo. Los regalos circulaban como un gesto de pertenencia más que como un acto de caridad. No importaba tanto el objeto como el intercambio, una forma de reforzar la idea de que nadie atravesaba el invierno solo.

Con la expansión del cristianismo, esas celebraciones no desaparecieron. El 25 de diciembre ya tenía peso simbólico como el día del Sol Invicto, cuando la luz empezaba a recuperar terreno tras el solsticio. La Iglesia adoptó esa fecha y la resignificó: el nacimiento de Cristo como nueva luz en medio de la oscuridad. Así, la Navidad se apoyó en tradiciones previas sin negarlas del todo, transformándolas.

Al mismo tiempo, el sentido del regalo empezó a cambiar. En lugar de un intercambio entre iguales, pasó a entenderse como un deber moral hacia el otro, especialmente hacia los más necesitados. Esa idea de generosidad desinteresada es clave para entender el siguiente paso del mito.

Ahí aparece Nicolás de Myra, un obispo del siglo IV que vivió en lo que hoy es Turquía. No fue un gran teólogo ni dejó escritos importantes, pero su fama se construyó a partir de gestos concretos. Se lo recuerda por ayudar a los pobres, proteger a los niños y asistir a quienes dependían de la suerte, como marineros y comerciantes. La historia más conocida cuenta que dejó monedas en secreto para salvar a tres hermanas de un destino trágico, arrojándolas por una ventana donde cayeron dentro de medias y zapatos. Ese gesto silencioso y nocturno dejó una marca duradera.

Con el tiempo, Nicolás fue canonizado y su figura se expandió por Europa. Su festividad, el 6 de diciembre, se asoció a pequeños obsequios para los chicos, casi siempre sencillos: frutas, dulces, nueces. No se trataba de abundancia, sino de intención. Ya en la Edad Media, la celebración incorporó la idea de premio y castigo simbólico según el comportamiento infantil, una lógica que todavía persiste.

La Reforma protestante intentó borrar el culto a los santos, pero no logró eliminar la costumbre del regalo. En algunos lugares, el rol de San Nicolás fue reemplazado por otras figuras, como el Niño Jesús, y la entrega de obsequios se trasladó a la noche del 24 de diciembre. En otros, como en los Países Bajos, Nicolás sobrevivió como Sinterklaas, llegando en barco y recorriendo las casas con su lista de nombres.

Ese personaje cruzó el Atlántico con los inmigrantes y encontró terreno fértil en América del Norte. Allí terminó de transformarse en Santa Claus, especialmente a partir del siglo XIX. Un poema publicado en 1823, conocido por su inicio “Era la noche antes de Navidad”, redefinió por completo la celebración: la volvió doméstica, silenciosa y centrada en los niños. Sumó el trineo, los renos y la visita nocturna que hoy resultan inseparables del mito.

Más tarde, las ilustraciones y la publicidad terminaron de fijar su imagen: un hombre robusto, barbudo, vestido de rojo, sonriente y cercano. Así nació el Papá Noel moderno, una figura que ya no pertenece a una religión específica, sino a la cultura popular global.

Papá Noel perdura porque es una superposición de sentidos. Debajo del traje hay un santo, debajo del santo un rito antiguo y, más abajo, una necesidad humana básica: creer que incluso en el momento más oscuro del año alguien llega con un gesto de generosidad. Tal vez por eso aparece de noche y se va rápido, sin dar demasiadas explicaciones. Como todos los mitos que funcionan, deja apenas una sensación: que la magia, aunque sea por un rato, todavía es posible.


¿Te gustó la noticia? Compartíla!