En el tranquilo (o no tanto) barrio de Coghlan, donde alguna vez Gustavo Cerati afinaba sus acordes entre 2001 y 2003, la tierra guardaba un secreto más oscuro que el riff más lúgubre de Soda Stereo.
Este martes, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) tiró sobre la mesa los resultados de los análisis de unos huesos hallados en la medianera de la ex casona del rockero, en Avenida Congreso 3742. Y no, no era un souvenir olvidado de alguna gira: se trata de los restos de un joven de entre 15 y 19 años, apuñalado con saña entre las costillas 4 y 5, y con marcas en el fémur izquierdo que sugieren un intento frustrado de desmembrarlo.
Como si el asesino hubiera querido borrar del mapa al pobre chico, pero se quedó sin batería en la sierra. El pibe, según los forenses, calzaba 41, medía 1,77 metros y tenía brazos de remero, o tal vez de algún otro deporte que le daba un físico envidiable. ¿Quién era? Nadie lo sabe aún, pero el fiscal Martín López Perrando, con ese olfato de sabueso que lo caracteriza, ya está moviendo sus fichas. “Tenemos dos medidas más por hacer”, deslizaron fuentes judiciales con un tono que mezclaba misterio y burocracia.
Una es un análisis de los minerales en los huesos para intentar geolocalizar dónde vivió el muchacho, un proceso que, ojo, tarda dos meses. La otra es el clásico ADN, porque, claro, en 2025 todavía no inventaron la máquina del tiempo para preguntarle al asesino quién fue su víctima. El caso tiene más giros que un guion de Tarantino. Los huesos aparecieron, cuando la casona donde Cerati alquiló su refugio bohemio fue demolida para dar paso a un edificio, porque en Buenos Aires no hay terreno que no termine bajo el yugo de una torre. Los obreros, que solo querían hacer su trabajo, se toparon con un trozo de tierra desprendido de la casa lindera que dejó al descubierto los restos.
Junto a los huesos, como si fueran pistas de un rompecabezas macabro, había un reloj, una suela de zapato y una moneda de 5 yenes, de esas que se usan en pulseras hippies. ¿Un mensaje? ¿Una casualidad? ¿O simplemente el asesino era fan de la estética oriental?La casa en cuestión fue alquilada por Marina Olmi, hermana del mítico Boy Olmi, a Cerati mientras ella vivía en España. Ahora, la investigación apunta a rastrear a todos los que pasaron por esa propiedad y la vecina, porque los restos estaban en la medianera, como si el crimen hubiera querido quedar a medio camino entre dos mundos.
La Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Nro. 61, a cargo de López Perrando, ya mandó a la Policía Científica a revolver el terreno, y el jueves 29 de mayo pasado los peritos recogieron los huesos necropsy que, con un toque de sarcasmo, podríamos calificar de “bárbaros”. Mientras tanto, el barrio de Coghlan murmura y la prensa especula.
¿Un crimen pasional? ¿Un ajuste de cuentas? ¿O simplemente un acto de locura? Lo único claro es que en la antigua casa de Cerati, el rock no fue lo único que resonó. Ahora, la justicia tiene dos meses para analizar los minerales y el ADN, y quién sabe si el espectro de este joven desconocido no termina cantando su verdad desde el más allá. Por lo pronto, el fiscal Perrando sigue cavando, y nosotros, con un café en la mano, esperamos el próximo capítulo de este culebrón policial con olor a tragedia y rock nacional.