Desde el semipiso de la calle San José 1111, en el corazón de Constitución, donde cumple prisión domiciliaria, Cristina Kirchner volvió a escena con un mensaje grabado que resonó en una Plaza de Mayo colmada de militantes que exigían su libertad.
El acto, que movilizó a una multitud que el peronismo infló a un millón y el Gobierno redujo a poco más de 100 mil, fue un despliegue de la maquinaria de La Cámpora, algunos municipios del conurbano y aliados circunstanciales como el FIT y el MST. Sin embargo, detrás de la épica del “vamos a volver”, el discurso de la ex presidenta destila una estrategia repetida: victimización, polarización y una nostalgia selectiva que el kirchnerismo explota con destreza, pero que no logra disimular sus fisuras ni el peso de sus contradicciones.
Cristina habló de un país idílico donde “los pibes comen cuatro veces al día” y los trabajadores ahorran para “un autito, una casita, un terrenito”. Celebró los “tres primeros mandatos del kirchnerismo”, pero omitió con cuidado los cuatro años del Frente de Todos, un gobierno del que fue artífice y protagonista, marcado por la inflación desbocada, el aumento de la pobreza y una crisis económica que allanó el camino para el triunfo de Javier Milei. Esa amnesia selectiva no es casual: la ex presidenta busca reescribir la historia para posicionarse como la salvadora de un peronismo que, bajo su liderazgo, no logra superar sus divisiones internas ni ofrecer una alternativa concreta al modelo que critica.
Su ataque al “modelo de Milei”, comparado con un yogurt con “fecha de vencimiento”, repite el libreto de siempre: señalar al neoliberalismo como el gran enemigo mientras elude responsabilidades propias. Acusó al ministro Caputo de “alquilar dólares” y al endeudamiento como el origen de todos los males, pero olvidó mencionar los récords de deuda externa acumulados durante sus gestiones o la herencia económica que dejó en 2015. La ex presidenta insiste en que está presa porque “el partido judicial y los empresarios” temen su victoria electoral, una narrativa que alimenta el fervor de su base, pero que choca con la realidad de una condena ratificada por la Justicia en la causa Vialidad, basada en pruebas contundentes de corrupción.
El acto en Plaza de Mayo, si bien masivo, no logró ocultar las tensiones internas del peronismo. La ausencia de la CGT, que evitó convocar a un paro general, y las críticas del cristinismo a Axel Kicillof, quien marchó con columna propia, reflejan un movimiento fragmentado. La presencia de Sergio Massa y gobernadores como Ricardo Quintela fue más un gesto de supervivencia política que de unidad genuina. Máximo Kirchner y La Cámpora, en cambio, dominaron la escena, consolidando el control de Cristina sobre el aparato militante, pero también evidenciando la dependencia del peronismo de su figura, incluso en su reclusión.
El mensaje de Cristina, con su llamado a “organizarse” y evitar la violencia, llega tarde para desmarcarse de los excesos de su entorno. Las pintadas amenazantes, los ataques a medios y las agresiones a opositores como José Luis Espert, fogoneados por sectores afines, contrastan con su pedido de “defender la democracia con coraje, pero sin miedo”. Sus palabras buscan moderar el tono para preservar su prisión domiciliaria, pero no alcanzan para borrar la imagen de un kirchnerismo que recurre a la intimidación cuando pierde el control de la narrativa.
En el fondo, el discurso de Cristina desde San José no aporta nada nuevo. Es un reciclaje de promesas grandilocuentes y enemigos externos que no responde a los desafíos del presente ni ofrece un plan para un país que, en gran medida, sufre las consecuencias de sus propias políticas. Mientras la ex presidenta se parapeta en su rol de víctima y líder espiritual, el peronismo sigue atrapado en su órbita, incapaz de construir una alternativa que no dependa de su carisma ni de la polarización. La Plaza de Mayo vibró con el “vamos a volver”, pero la Argentina real, la de la inflación, el desempleo y la desconfianza, exige mucho más que un cántico nostálgico y un libreto gastado.