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CORRUPCIÓN K

Cristina volvió a victimizarse en X, tras recibir a Lula en su prisión domiciliaria

Desde su piso en calle San José 1111, la condenada por corrupción busca perpetuar su imagen de perseguida política y deslegitimiza a las instituciones democráticas argentinas

Cristina volvió a victimizarse en X, tras recibir a Lula en su prisión domiciliaria

Cristina Fernández de Kirchner, en su reciente publicación en X, intenta construir una narrativa victimista que no resiste el análisis crítico, comparando su condena judicial con la de Luiz Inácio Lula da Silva y denunciando un supuesto "terrorismo de Estado de baja intensidad" bajo el gobierno de Javier Milei.

 

Esta postura no solo distorsiona la realidad, sino que manipula hechos para perpetuar su imagen de perseguida política, deslegitimando las instituciones democráticas argentinas y desviando la atención de su propia responsabilidad en los cargos por los que fue condenada.

En primer lugar, la comparación con Lula es falaz y oportunista. Lula fue condenado en Brasil por corrupción, pero su caso fue anulado por cuestiones procesales, no por una absolución de fondo. En contraste, la condena de Cristina por la causa Vialidad, ratificada por la Corte Suprema de Argentina, se basa en pruebas contundentes de administración fraudulenta en la adjudicación de obras públicas durante su presidencia (2007-2015). La justicia argentina, lejos de ser un "partido político al servicio del poder económico", ha seguido un proceso transparente y riguroso, con múltiples instancias que confirmaron su culpabilidad. Equiparar ambos casos es un intento de desviar la atención de los hechos probados y de apropiarse de una narrativa de persecución que no se sostiene frente a la evidencia judicial.

Además, Cristina acusa al gobierno de Milei de "vaciar la democracia" y perpetrar "terrorismo de Estado de baja intensidad". Estas afirmaciones son no solo exageradas, sino irresponsables. Denunciar detenciones de militantes como un ataque a la democracia ignora que las fuerzas de seguridad actúan bajo el marco legal para mantener el orden público, especialmente en contextos de manifestaciones que pueden perturbar la convivencia, como ella misma ha sido advertida por el juez Gorini.

Su referencia a Reporteros Sin Fronteras y al caso del fotoperiodista Pablo Grillo carece de contexto verificable, utilizando datos desactualizados o sensacionalistas para pintar un cuadro de represión que no refleja la realidad. La libertad de prensa, aunque perfectible, no está bajo un ataque sistemático como ella sugiere, y el caso de Grillo no ha sido vinculado directamente a una política de Estado, sino a incidentes específicos que requieren investigación.

El discurso de Cristina también cae en la hipocresía al criticar un supuesto "plan de inteligencia secreto" y la vigilancia en redes sociales, cuando su propio gobierno fue señalado por prácticas de espionaje y persecución a opositores. Su mención a "Caputo Boys" y la comparación con el régimen de Pinochet es una retórica inflamatoria que busca polarizar, no construir. Acusar a Milei de favorecer solo a los ricos mientras ignora las políticas de ajuste económico que su propio espacio político implementó en el pasado, como los recortes a subsidios y el aumento de tarifas, es un ejercicio de amnesia selectiva.

Finalmente, su apelación al "nosotros" del pueblo argentino como una fuerza que "siempre vuelve" es un intento de romantizar su liderazgo y movilizar a sus bases, pero omite que su condena no es un capricho político, sino el resultado de un proceso judicial que ella misma ha intentado deslegitimar sin pruebas concretas de lawfare. La visita de Lula, que ella enaltece como un "acto político de solidaridad", no es más que un gesto calculado entre aliados ideológicos que buscan reforzar una narrativa de victimización mutua, mientras evaden la rendición de cuentas por sus gestiones.

Cristina Kirchner utiliza su plataforma en X no para reflexionar sobre sus errores, sino para perpetuar un relato de persecución que desacredita a las instituciones democráticas y polariza aún más a la sociedad argentina. Su retórica incendiaria, lejos de construir puentes, alimenta el enfrentamiento y el caos, en un intento desesperado por mantenerse relevante en un contexto donde la justicia ha hablado con claridad.


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