El kirchnerismo, la rama más influyente del peronismo en las últimas dos décadas, solo ganó una elección nacional desde 2015: las presidenciales de 2019. En las legislativas de ayer, La Libertad Avanza de Javier Milei arrasó con el 40,6% de los votos y dejó al peronismo con un magro 31,7%, consolidando un derrumbe electoral que pone en jaque su futuro político en Argentina.
La secuencia de derrotas arrancó en 2015, cuando Mauricio Macri le ganó el balotaje a Daniel Scioli y cortó 12 años de gobiernos kirchneristas. Dos años después, en las legislativas de 2017, Cristina Fernández de Kirchner cayó en la provincia de Buenos Aires ante Esteban Bullrich, y el macrismo se impuso en distritos clave como Córdoba y Santa Fe. La fragmentación del peronismo y la falta de un liderazgo nacional claro fueron clave en ese tropiezo.
El único respiro llegó en 2019, con Alberto Fernández como candidato y el Frente de Todos uniendo al peronismo. Ganaron en primera vuelta, pero la euforia duró poco: la pandemia, la inflación descontrolada y las peleas internas entre el Presidente y la Vicepresidenta erosionaron el apoyo. En 2021, las legislativas fueron un cachetazo: Juntos por el Cambio les quitó la mayoría en el Senado por primera vez desde 1983 y avanzó en casi todo el país.
El golpe de gracia fue en 2023, cuando Sergio Massa perdió el balotaje ante Javier Milei. El libertario no solo se quedó con la Casa Rosada, sino que rompió la hegemonía peronista en varias provincias. Ayer, en las elecciones de medio término de 2025, Milei volvió a dominar: ganó en 16 distritos, incluyendo Buenos Aires, Mendoza y Córdoba, y dejó al peronismo sin quorum propio en el Congreso.
Hoy el peronismo enfrenta su crisis más profunda en décadas. Sin figuras que aglutinen ni propuestas que convenzan, queda fragmentado y lejos del poder. La ciudadanía, cansada de la inflación y la inestabilidad económica, parece haberle dado la espalda a un movimiento que dominó la política argentina durante gran parte del siglo XXI. El desafío ahora es reinventarse o arriesgarse a la irrelevancia.