Un nuevo escándalo sacude al Complejo Penitenciario Federal de General Güemes, donde la investigación por una red narcocriminal integrada por internos y personal del Servicio Penitenciario sumó esta semana un nuevo implicado: Delfor Alejandro Dávila, celador del “Pabellón Cerrado”, fue imputado como organizador de conductas ilícitas relacionadas con el tráfico de drogas dentro del penal. Su rol, según la Fiscalía, no era menor: facilitaba el ingreso de celulares, encubría operaciones y alertaba a los reos sobre requisas sorpresivas.
La detención de Dávila se concretó el viernes 8 de agosto, durante un operativo sorpresa llevado a cabo por el Ministerio de Seguridad de la Nación y la Fiscalía de Distrito. El operativo, que coincidió con una visita imprevista al penal NOA III, reveló pruebas contundentes: en el baúl de su auto encontraron 327 gramos de marihuana, además de teléfonos celulares que habrían sido comercializados entre los internos por sumas que rondaban los 250 mil pesos. Esos mismos teléfonos, según la causa, eran revendidos a otros presos a precios inflados que alcanzaban los 400 mil pesos por unidad.
La causa ya involucra a ocho internos y varios agentes penitenciarios, y expone un entramado delictivo que, lejos de ser improvisado, funcionaba con una logística aceitada y jerarquías bien definidas. En el centro de la escena aparece Rubén Ángel Rodríguez, alias “El Patrón”, quien lideraba la organización desde su celda. A él se le atribuye haber montado un sistema de comercialización interna de drogas, utilizando los celulares como herramienta clave para coordinar entregas, gestionar pagos y expandir su red de distribución en los distintos pabellones.
El rol de Dávila, según el fiscal Eduardo Villalba, era central. Como celador del sector más estricto del penal —el llamado Sector Polimodal de Tratamiento, donde están alojados los internos con peor conducta—, su función era justamente controlar a los más conflictivos. Sin embargo, las pruebas recabadas hasta ahora lo posicionan como un facilitador. El fiscal asegura que no solo “miraba para otro lado”, sino que colaboraba activamente en el funcionamiento de la red.
Entre sus responsabilidades dentro de la organización narco, Dávila no solo abastecía de celulares a los internos, sino que también brindaba cobertura para que las operaciones de venta de estupefacientes se realizaran con total impunidad. Según la fiscalía, su grado de participación alcanzó el punto de alertar a los presos y a otros penitenciarios involucrados sobre las inspecciones inminentes, generando un clima de complicidad generalizada que permitió que el negocio creciera sin mayores obstáculos.
El fiscal Villalba fue contundente durante la audiencia de imputación: “Las conductas que aquí se investigan, si ocurrieran en cualquier punto de la ciudad, ya serían graves. Pero que sucedan en el interior de una cárcel federal, financiada por el Estado para la readaptación de los internos, las vuelve aún más alarmantes”. La jueza federal de Garantías N°2, Mariela Giménez, hizo lugar a todos los requerimientos de la fiscalía, y Dávila quedó imputado como organizador de tráfico de estupefacientes agravado por haberse cometido en un lugar de detención, en concurso real con tenencia de drogas con fines de comercialización e incumplimiento de deberes de funcionario público.
El primer golpe contra esta estructura narco ocurrió el pasado 10 de junio, en una redada que demandó un amplio operativo de Gendarmería Nacional y la utilización de drones. Las imágenes captadas mostraban a internos arrojando drogas y celulares desde las ventanas, en un sistema de entrega que funcionaba como un verdadero delivery carcelario. Aquel operativo derivó en la imputación de ocho presos, incluyendo a “El Patrón” y a otros miembros activos del esquema criminal.
En uno de los videos analizados por la justicia, se observa a los reos mostrando frente a la cámara distintos tipos de drogas, mientras se jactaban de su variedad: “Tenemos amarilla, blanca y verde”, en referencia a pasta base, cocaína y marihuana. Estas grabaciones eran enviadas por redes internas a otros pabellones, en una suerte de promoción para sus “clientes” dentro del penal.
Ezequiel Toledo, uno de los integrantes de esta red, actualmente cumple condena por el secuestro extorsivo del empresario salteño Víctor Giménez. Él aparece en las imágenes fraccionando estupefacientes, parte del engranaje que tenía como fin la venta de “bochitas” a un valor promedio de 10 mil pesos cada una, dentro del penal.
Las primeras etapas de la causa apuntaban principalmente a los internos. Sin embargo, a medida que avanzó la investigación, comenzaron a aparecer vínculos comprometedores con personal penitenciario. Dávila es el primero en ser formalmente imputado con un rol organizador, pero no se descartan nuevas detenciones. El propio fiscal Villalba adelantó que la participación de otros agentes es altamente probable, dada la magnitud del operativo y la impunidad con la que se manejaba la red.
Además del hallazgo de marihuana en el vehículo del celador, se encontraron registros que evidencian comunicaciones entre Dávila y otros implicados, tanto internos como externos. Para la fiscalía, estas pruebas no dejan dudas sobre su participación activa en la estructura delictiva. “Con solo ver las imágenes de quienes vendían droga y sus conexiones, surge claramente la responsabilidad de Dávila en este entramado”, sostuvo el fiscal durante la audiencia.
Este nuevo capítulo de la causa expone, una vez más, las profundas falencias del sistema penitenciario argentino, particularmente en lo que respecta al control interno y la corrupción estructural. En el penal de Güemes, el lugar pensado para castigar y rehabilitar a los delincuentes, se gestó un ecosistema donde el crimen organizado encontró tierra fértil, protección y, sobre todo, negocios rentables.
La imputación de un celador como pieza clave en una red de narcotráfico dentro de un penal federal pone en jaque al Servicio Penitenciario Federal y obliga a las autoridades nacionales a tomar medidas concretas. En Salta, la comunidad carcelaria y judicial observa con atención los próximos pasos de una investigación que, por su complejidad y ramificaciones, recién comienza a mostrar la punta del iceberg.