En un testimonio que conmociona a la sociedad salteña, Sofía Fernández Lee, una joven de 27 años oriunda de la capital provincial, decidió romper el silencio y contar los años de tormento que vivió bajo el yugo de su padre, R.J.F, un reconocido cardiólogo que trabaja en el Hospital Público San Bernardo y en consultorios privados en el centro de Salta.
Actualmente, su padre está imputado por el delito de abuso sexual con acceso carnal en perjuicio de su exesposa, en una causa que tramita en el Juzgado de Garantías 3° Nominación del distrito Centro bajo el legajo 190.747/24. Sin embargo, el relato de Sofía va más allá y expone una infancia y adolescencia marcadas por el maltrato, un secreto que ahora sale a la luz con la esperanza de que se haga justicia y de que otras mujeres y familias de la región encuentren fuerza para denunciar.
“Escribo esto con el corazón en la mano, esperando que se conozca la verdad y que mi viejo pague por lo que hizo, al menos por una parte de todo el daño”, expresó Sofía en su desgarrador relato. La joven, que creció en un hogar donde las apariencias eran impecables frente a los demás, asegura que desde los cuatro años hasta casi los 18 sufrió agresiones que la marcaron de por vida. “Nunca pude hablar de esto con detalles, ni siquiera mis amigos más cercanos sabían todo lo que pasaba. Solo veían que era violento, pero no imaginaban hasta dónde llegaba”, confesó. Desde que declaró en el juzgado, los recuerdos la persiguen diariamente, desencadenados por detalles tan simples como lavar los platos, y las pesadillas la mantienen despierta, con el cuerpo tenso y el alma agotada.
Historia de terror
La historia de Sofía comenzó a gestarse cuando su madre, embarazada de ella, regresó sola a Salta desde Buenos Aires, donde estudiaba medicina junto a Javier. Nació prematura y pasó dos meses en terapia intensiva, un comienzo difícil que marcó su vida. Cuatro años después, su madre decidió retomar el contacto con el padre, una decisión que abrió la puerta a un infierno doméstico. “Me pegaba, me gritaba, me insultaba. Me tiraba al suelo y me pateaba, o me levantaba del pelo o de una oreja hasta arrastrarme por la casa. A veces me agarraba del cuello y me levantaba del piso mientras me abofeteaba”, detalló Sofía, recordando escenas que aún le queman la memoria. Esas agresiones, que ocurrían tanto en la intimidad del hogar como en el auto, venían acompañadas de humillaciones constantes.
Uno de los episodios más crueles que relata es el castigo diario al que la sometía desde los doce o trece años: lavar los platos con agua casi hirviendo. “Lloraba de dolor, con las manos rojas y ardiendo, pero él no me dejaba usar agua fría ni bajar el calefón. Esto pasaba todos los días, al almuerzo y a la cena, hasta que me fui de casa”, señaló. Las humillaciones escalaron con el tiempo: le restregaba ropa interior sucia por la cara, la obligaba a meter la cabeza en el inodoro si estaba sucio y la hacía limpiar después, o le arrebataba y destruía sus pertenencias, desde juguetes de niña hasta celulares y libros cuando fue creciendo. “A veces pienso que le molestaba que yo existiera, y cualquier excusa era buena: un tenedor mal lavado, una puerta que golpeaba por el viento, o que no hubiera puesto una bolsa nueva en el tacho de basura”, explicó.
Fuera de casa, sin embargo, el imputado proyectaba una imagen opuesta. “Siempre se hacía el padre perfecto. Alardeaba de lo que nos compraba, de las vacaciones, de los colegios caros, de las casas nuevas. Organizaba reuniones, nos llevaba a los mejores restaurantes de Salta o a la casa de sus amigos”, contó Sofía. Pero esa fachada tenía un costo: cualquier error en público, como no sentarse derecha en una silla, desencadenaba castigos brutales apenas quedaban a solas. “Tenía que ser impecable, o si no, empezaban los gritos y los golpes”.
A los 17 años, tras terminar el secundario en 2016, la obligó a mudarse a una pensión y a estudiar en la Universidad Nacional de Salta (UNSa), aunque le negó la libertad de elegir su carrera. “Me decía que no servía ni para empleada doméstica, que no iba a ser nadie en la vida”, recordó. Le daba una mísera suma de dinero —equivalente a unos cinco mil pesos actuales por semana— que apenas alcanzaba para comida y fotocopias, y la obligaba a ir a su consultorio a una hora fija a buscarlo, acompañada de amenazas y comentarios despectivos como “así se siente una empleada cuando cobra su sueldo”. Ante la necesidad, Sofía comenzó a trabajar como moza los fines de semana, lo que llevó a Javier a cortar todo apoyo económico. “Tuve que dejar la universidad y trabajar todos los días para sobrevivir”, afirmó.
El distanciamiento llegó en 2020, cuando sus padres se divorciaron y ella dejó de verlo. Sin embargo, el daño persiste. “Vivo con estos recuerdos y el dolor que me dejaron, esperando que se haga justicia”, cerró Sofía, con un mensaje de esperanza para otras víctimas en Salta. “Ojalá mi historia sirva para que otras mujeres, esposas o hijos que pasan por esto se animen a hablar”.
La causa judicial, que involucra el abuso hacia su madre, sigue su curso, mientras la comunidad salteña comienza a digerir este escándalo que pone en jaque la reputación de un profesional respetado. La valentía de Sofía no solo busca sanar sus heridas, sino también encender una luz sobre la violencia familiar que, muchas veces, se esconde detrás de las puertas cerradas de los hogares de la provincia.