En el norte de Salta, las 56 familias que habitan la Misión San Luis atraviesan un escenario de incertidumbre que se repite año tras año. La erosión provocada por el río Pilcomayo socava las barrancas donde viven, dejando sus casas expuestas a derrumbes y crecidas. A pesar de los reiterados pedidos de traslado, todavía no cuentan con las condiciones necesarias para mudarse a un lugar seguro.
La situación preocupa de cara a la próxima temporada de lluvias, cuando el Pilcomayo suele crecer y desbordar con fuerza. Aunque durante el invierno el cauce no aumenta, la amenaza persiste y la comunidad sabe que, tarde o temprano, el agua volverá a presionar contra las márgenes debilitadas. La urgencia está marcada: necesitan reubicarse antes de que una nueva creciente ponga en jaque su integridad.
Los vecinos de la Misión San Luis, ubicada en el departamento de Santa Victoria Este, reclaman materiales de construcción y la intervención de Vialidad Provincial para preparar el terreno donde podrían instalarse. Según plantean, es indispensable desmalezar la zona, abrir caminos y garantizar que el lugar destinado a las viviendas cuente con accesos básicos. Sin esos trabajos previos, la mudanza no puede concretarse y el riesgo se extiende en el tiempo.
Desde hace años, las autoridades provinciales insisten en que la comunidad debe trasladarse para evitar tragedias. La erosión avanza cada temporada y no da tregua, mientras los pobladores siguen habitando un área considerada de alto peligro. Sin embargo, la preparación de los nuevos lotes es lenta y, hasta ahora, no hubo traslados efectivos.
El Pilcomayo es un río de comportamiento imprevisible. Sus crecientes, potenciadas por las intensas lluvias estivales, afectan no solo a San Luis sino también a otras misiones y parajes ribereños del Chaco salteño. Las comunidades originarias asentadas en esa zona se ven obligadas a convivir con el temor a perder sus hogares en cuestión de horas. La experiencia de inundaciones pasadas dejó una huella difícil de borrar y fortaleció la demanda de soluciones definitivas.
En Misión San Luis, los vecinos se organizaron para insistir con su pedido. Señalan que la provincia ya reconoció la necesidad del traslado, pero que falta avanzar en lo concreto: materiales, apertura de caminos y un plan de reubicación que no quede solo en papeles. “Sabemos que no podemos seguir acá, pero necesitamos un lugar habitable”, remarcan.
El reclamo no es nuevo. Durante las últimas temporadas de lluvias, la erosión obligó a varias familias a evacuar de manera preventiva, mientras el agua se llevaba pedazos de tierra junto con árboles y postes. El avance del río no distingue entre parcelas y cada año amenaza con arrasar más superficie.
Mientras tanto, las familias permanecen en alerta, pendientes de los cambios en el cauce y de la llegada de las obras prometidas. La comunidad pide que la respuesta llegue antes de la próxima temporada estival, cuando las lluvias intensas vuelvan a azotar la región y el Pilcomayo, con su caudal impredecible, se convierta otra vez en un peligro latente.
El traslado de Misión San Luis es una deuda pendiente que se arrastra desde hace tiempo. Más allá de los compromisos oficiales, lo cierto es que los vecinos todavía siguen viviendo al borde del río, con la incertidumbre como compañera diaria. En cada reunión comunitaria el mismo tema vuelve a estar sobre la mesa: la urgencia de contar con un lugar seguro donde levantar sus casas, criar a sus hijos y dejar de temerle al agua que, cada verano, se lleva pedazos de sus vidas.