Aunque las leyes buscan silenciar los estruendos durante Nochebuena, el uso de bombas y fuegos explosivos sigue generando malestar en barrios salteños y áreas metropolitanas, reavivando el debate sobre la empatía en las celebraciones navideñas en Argentina.
A pesar de los controles policiales y la prohibición expresa de pirotecnia sonora en Argentina, los estallidos se hicieron oír antes y después de la medianoche. No fueron horas eternas como en épocas pasadas, pero ese rato concentrado bastó para alterar la paz de muchos hogares. Es un clásico de las fiestas de fin de año que, año tras año, deja en evidencia cómo algunas costumbres se resisten a cambiar.
La cosa es que, con el tiempo, el quilombo se acortó. Hace cinco o seis años, los petardos retumbaban sin parar toda la noche, pero ahora se concentran en un tramo más corto. Eso es un avance, sin duda, gracias a las campañas de concientización que se multiplican en diciembre por todo el país. Sin embargo, para los que sufren las consecuencias, ese "progreso" sabe a poco. En barrios como los de Salta, donde la pirotecnia sonora prohibida sigue colándose, el problema no se resuelve con solo achicar el tiempo de los ruidos.
Y ahí está el meollo del asunto: no es solo una cuestión de leyes. Las normativas están, las multas también, pero el uso de pirotecnia en Navidad persiste porque para algunos es sinónimo de festejo, aunque implique joder al vecino. Pensemos en los abuelos que se asustan, los pibes con autismo que entran en crisis, las mascotas que se descontrolan corriendo por la calle. Esas escenas se repiten en cada celebración, y uno se pregunta por qué cuesta tanto ponerse en los zapatos del otro durante las fiestas de fin de año en Argentina.
Porque la empatía no se compra en el kiosco ni se impone con un decreto municipal. Es algo que se cultiva en el día a día, empezando por la casa y siguiendo en la escuela o en el barrio. En un país como el nuestro, donde las tradiciones navideñas mezclan alegría con caos, hace falta más que prohibiciones para erradicar la pirotecnia sonora. Las alternativas sin ruido existen, son más seguras y no molestan a nadie, pero el cambio cultural tarda en llegar.
Claro que las autoridades hacen su parte: decomisos, patrullajes y hasta operativos especiales en Salta para controlar la venta ilegal. Pero el verdadero desafío va más allá de los controles. Se trata de entender que celebrar no debería significar dañar. En las fiestas, cuando el ruido tapa las risas, se ve claro cuánto falta para una convivencia más piola en Argentina, donde el respeto prime sobre el estruendo.
Al final, las Nochebuenas sirven de espejo social. Muestran que hemos avanzado en reducir los efectos negativos de la pirotecnia en Navidad, pero el ruido sigue ganando terreno por unos minutos cada diciembre. Mientras no internalicemos que la verdadera fiesta es la que incluye a todos, sin exclusiones ni angustias, la prohibición de pirotecnia sonora en Argentina quedará como una buena intención a medio camino.