La renovación en la conducción de la Confederación General del Trabajo (CGT) dejó un mensaje claro: los tiempos de las decisiones concentradas en unos pocos dirigentes quedaron atrás. El histórico bloque de “los Gordos”, que durante décadas dominó el mapa sindical argentino, perdió su poder central ante la irrupción de un sector más dialoguista y con fuerte respaldo de gremios medianos y jóvenes.
El nuevo triunvirato, encabezado por Cristian Jerónimo (Vidrio) junto a Jorge Sola (Seguros) y Octavio Argüello (Camioneros), simboliza una CGT más plural y negociadora. La elección fue el resultado de intensas gestiones internas que dejaron en evidencia el desgaste de figuras tradicionales como Armando Cavalieri y Luis Barrionuevo, que no lograron imponer sus condiciones pese a décadas de influencia.
Esta recomposición no sólo reordena las relaciones de poder dentro del sindicalismo peronista, sino que también redefine el vínculo con el Gobierno nacional y con el mundo del trabajo. En este escenario, la discusión sobre la reforma laboral se perfila como la primera gran prueba de fuego para la nueva conducción: deberá demostrar si el diálogo puede traducirse en defensa efectiva de los derechos laborales.
En provincias como Salta, el cambio abre expectativas. Los gremios locales —tanto del sector estatal como del privado— observan con atención cómo se reconfiguran las alianzas nacionales, ya que de eso dependerá su margen de acción en paritarias y negociaciones sectoriales. Una CGT más abierta podría significar mayor participación de sindicatos del norte, históricamente relegados de las mesas centrales.
Para los trabajadores salteños, el nuevo mapa sindical puede ofrecer un canal más directo hacia las discusiones nacionales. Temas sensibles como la precariedad laboral en el agro, las condiciones en la minería o la situación del comercio podrían tener más visibilidad si los referentes provinciales logran insertarse en esta etapa de renovación.
Sin embargo, el proceso no está exento de tensiones. Dentro de la propia CGT, varios dirigentes que apoyaron la llegada de Jerónimo ahora reclaman mayor protagonismo. La estabilidad de la unidad alcanzada dependerá de la capacidad del joven dirigente para equilibrar intereses y mantener cohesionado el frente gremial.
El declive de “los Gordos” marca el cierre de un ciclo y el inicio de otro, más horizontal, donde los acuerdos parecen imponerse sobre las imposiciones. En ese marco, el sindicalismo salteño podría encontrar nuevas oportunidades de incidencia, siempre que logre articular su agenda regional con el debate nacional.
La nueva CGT tiene ante sí un desafío doble: sostener la unidad interna y demostrar que el diálogo no implica resignar conquistas. De su éxito o fracaso dependerá buena parte del futuro inmediato del movimiento obrero argentino, y también la voz que los trabajadores de Salta logren hacer oír en esa mesa.