Por primera vez en casi dos décadas, la economía argentina podría atravesar un ciclo de crecimiento consecutivo durante tres años. Las proyecciones más recientes anticipan que el Producto Interno Bruto retomaría una senda de expansión sostenida entre 2025 y 2027, un fenómeno que no se registra desde mediados de los años 2000 y que marca un quiebre con la histórica volatilidad del país.
Las estimaciones ubican el crecimiento del PBI en torno al 4,5% para 2025, seguido por subas cercanas al 3% anual en 2026 y 2027. De confirmarse este escenario, el ingreso per cápita lograría recuperar hacia fines de 2026 los niveles más altos alcanzados en la última década, luego de varios años marcados por recesiones, inflación elevada y pérdida del poder adquisitivo.
Este proceso de recuperación estaría sostenido por un cambio en el orden macroeconómico, con mayor disciplina fiscal, menor emisión monetaria y un esquema de incentivos orientado a atraer inversiones de largo plazo. Sin embargo, el rebote no sería homogéneo y dejaría en evidencia una marcada brecha entre los sectores más dinámicos y aquellos que concentran la mayor parte del empleo.
El principal motor del crecimiento estaría vinculado a actividades intensivas en capital. La agroindustria aparece entre las más beneficiadas, impulsada por una menor presión impositiva, mejores condiciones de previsibilidad y una normalización del clima productivo. A esto se suma el avance de proyectos vinculados a la minería y la energía, alentados por un régimen de incentivos que busca destrabar grandes inversiones y acelerar el ingreso de divisas.
Otro sector que comienza a mostrar signos de recuperación es el financiero. La estabilización de las tasas de interés reales, junto con una inflación en descenso, permite una lenta reaparición del crédito, tanto para empresas como para familias, luego de años de fuerte contracción del sistema bancario.
En contraste, ramas clave para el mercado interno como la industria, el comercio y la construcción enfrentan un panorama más desafiante. Se trata de sectores intensivos en mano de obra, que todavía sienten el impacto del ajuste, la caída del consumo y los altos costos operativos. La lenta recuperación de estas actividades limita la creación de empleo y retrasa una mejora más amplia en los ingresos reales.
Uno de los pilares del actual programa económico es el orden fiscal. Las proyecciones indican un superávit primario cercano al 1,6% del PBI durante los próximos años, un dato que refuerza la sostenibilidad de las cuentas públicas y contribuye a estabilizar las expectativas. Este equilibrio se apoya en un fuerte control del gasto y en una política monetaria restrictiva.
En paralelo, la inflación muestra una trayectoria descendente más acelerada de lo que anticipaba el mercado meses atrás. Para 2025 se proyecta una suba de precios cercana al 30% anual, con una desaceleración al 14% en 2026 y una inflación de alrededor del 10% en 2027, acercándose por primera vez en años a registros de un solo dígito. Este proceso estaría acompañado por tasas de interés reales positivas y una recomposición gradual de las reservas internacionales, a medida que se normaliza el acceso al financiamiento externo.
El desafío de fondo pasa por transformar este rebote macroeconómico en un crecimiento sostenido e inclusivo. La coexistencia de sectores altamente rentables pero con baja demanda laboral, frente a otros más expuestos al consumo interno y al ajuste, plantea tensiones que todavía no tienen una resolución clara.
La continuidad de este ciclo dependerá en gran medida de la capacidad del Gobierno para avanzar con reformas estructurales en materia laboral y tributaria, que permitan mejorar la competitividad, reducir la informalidad y ampliar la base productiva. Sin esos cambios, el riesgo es que el crecimiento quede concentrado y no logre traducirse en una mejora generalizada de la actividad y el empleo.
Aun con esas advertencias, el escenario proyectado abre una ventana poco frecuente para la economía argentina: varios años consecutivos de expansión, con menor inflación y reglas macroeconómicas más estables. Un punto de partida distinto, aunque todavía cargado de desafíos.