Mientras el consumo se hunde, los impuestos atrasados y la inflación complican un panorama ya tenso en la provincia del NOA.
El precio de la nafta ya no es un anuncio sorpresa que cae como balde de agua fría una vez al mes. Ahora, es un baile diario, un sube y baja automático que los surtidores de YPF ejecutan sin piedad, dejando a los expendedores con las manos atadas y a los consumidores chequeando el celular antes de pisar el acelerador. Esta movida del "micro pricing", como le dicen en jerga técnica, está revolviendo el avispero en la provincia: ventas por el piso un 6% menos que el año pasado, rentabilidad en jaque por los costos que no paran de escalar, y una asimetría regional que hace que en Tartagal pagues un mango más que en la capital por el mismo litro de premium.
Acá en Salta, donde el auto no es lujo sino necesidad, este esquema de ajustes chiquitos pero constantes está generando más ruido que alivio. Antes, las subas venían en paquetes grandes, con colas eternas en las estaciones y el boca a boca de "agarrá ahora que sube". Hoy, el precio se mueve solo, al alza o a la baja, y lo peor es que no es parejo: una estación de la misma petrolera puede tener 20 pesos de diferencia con la de al lado, dependiendo de algoritmos que nadie entiende del todo. Los encargados de las boletas terminan el día rearmando pizarras como si fueran rompecabezas, y los choferes, esos salteños curtidos que saben de sequías y heladas, se miran perplejos ante el surtidor, calculando si vale la pena el desvío por un par de pesos.
El impacto en las ventas es un mazazo que se siente en cada esquina. Desde mayo, el consumo de combustibles en la provincia viene en picada, un 6% por debajo de los números del 2024, que ya habían sido flojos como un mate sin yerba. En las expendedoras del Gran Salta, donde el grueso de los autos hace fila, las bombas ronronean menos, y los dueños confiesan que algunas estaciones operan al borde del abismo, rozando el punto de equilibrio donde lo que entra apenas cubre lo que sale. No es solo la nafta: el gasoil, vital para los camiones que bajan la producción del Valle de Lerma o suben el tabaco desde Orán, también sufre el vaivén, y los transportistas locales ya murmuran en las paradas que están recortando viajes para no quemar plata en vano.
¿Por qué pasa esto? Arrancá por la rentabilidad, che, que es el corazón del quilombo. Los expendedores salteños, que son el primer filtro entre la petrolera y el bolsillo del vecino, enfrentan una ecuación perversa: los precios al surtidor se ajustan con precisión de relojero, pero los gastos fijos no. Sueldos que suben con la paritarias, facturas de luz que llegan como piñas en un ring –recordemos esos cortes por el calor infernal de enero–, y insumos importados que se encarecen con el dólar blue y la inflación galopante. En Salta, donde el costo de vida ya aprieta por la lejanía del puerto y los fletes que duplican todo, estos microajustes no compensan.
Y ni hablemos de los consumidores, que son el alma de esta historia. El salteño promedio, ese que labura en la zafra o maneja un taxi por las avenidas empedradas de la capital, no va a cambiar de estación por 10 o 15 pesos de diferencia. Prioriza lo de siempre: la que está cerca del barrio, la que tiene el baño limpio o la que no te clava con el aire. Pero esa comodidad se paga cara en confusión. "¿Cuánto sale hoy? ¿Mañana sube o baja?", se pregunta el padre de familia que carga para ir a la escuela en La Merced o el turista que llega en su 4x4 a las ruinas de Quilmes. Esta volatilidad diaria erosiona la confianza, y en una provincia donde el auto es extensión del cuerpo –para ir al médico en el hospital San Bernardo o a la fiestita en el folklorinho de Cachi–, cada peso cuenta como un tesoro.
Zoom out un poco y mirá el panorama regional, que en el NOA es un rompecabezas con piezas desiguales. Salta no es Buenos Aires: acá, las distancias son asesinas, las rutas como la 68 o la 9 se convierten en laberintos de baches y controles, y el precio del combustible no solo mueve el medidor del auto, sino la cadena entera de la economía local. Pensá en los productores de oliva en el Valle Calchaquí, que dependen de camiones para bajar la cosecha a Cafayate; o en los mineros de la Puna, donde un tanque lleno es la diferencia entre trabajar o volver con las manos vacías. Estas asimetrías se agravan con el esquema de YPF, que domina el mercado como un gigante con botas, y donde un ajuste en la capital no calza igual en Joaquín V. González o en Anta. Los expendedores del interior, más aislados y con menos volumen, sienten el pinchazo doble: menos ventas y más exposición a los vaivenes del crudo internacional, que sube como espuma con cada noticia de Medio Oriente.
Pero el verdadero elefante en la habitación son las distorsiones que inflan el precio final, un cóctel molotov de factores que nadie controla del todo. El barril de petróleo, que baila al ritmo de los mercados globales, ya no es el villano único; ahora se suma la inflación interna, que en Salta come sueldos como un lobo hambriento –acordate de cómo el IPC provincial superó el 5% mensual en picos del año–. Y encima, los impuestos, esos fantasmas que acechan desde Buenos Aires. La actualización trimestral de los gravámenes al dióxido de carbono y los combustibles líquidos viene arrastrando un atraso de tres o cuatro períodos, como una deuda vieja que nadie quiere pagar. Para ponerte en números: solo por recuperar lo pendiente, los precios deberían trepar entre un 13% y un 15%, un golpe que haría tambalear presupuestos familiares ya estirados como gomita.
El Gobierno nacional, en su laberinto electoral, decidió patear para diciembre la suba impositiva que estaba en el radar para octubre. Es una postergación que huele a cálculo político, con las urnas en el horizonte y el NOA como un bloque clave de votos. En Salta, donde el peronismo y el radicalismo se entreveran como en un carnaval de colores, esta movida genera murmullos en los kioscos y las ferias: ¿es un respiro o un parche que revienta después? Los expendedores, con la sapiencia de quien ve pasar tormentas, advierten que postergar no resuelve; solo acumula presión. Si el barril sigue en 80 dólares y la inflación no afloja, el litro de nafta en Salta podría rozar los 1100 pesos para fin de año, un escenario que pondría en jaque no solo las estaciones, sino el pulso mismo de la movilidad provincial.
Mirá, en el fondo, este micro pricing es un intento de modernizar un sistema que chirría como un colectivo viejo en la cuesta de Zonda. Elimina las corridas bancarias por nafta –esas colas que atascaban la 9 de Julio un domingo–, y teóricamente permite absorber bajas del crudo sin demoras. Pero en la práctica, para un salteño que vive al día, es como jugar a la ruleta rusa con el tanque. La recuperación parcial de ventas a principio de año, cuando el consumo repuntó un soplo con la llegada de los turistas a las termas de Rosario de la Frontera, se evaporó como rocío al mediodía. Ahora, con el invierno asomando y las familias apretando el cinturón, las expendedoras del sur provincial –desde Salta capital hasta la frontera con Tucumán– reportan noches de quiosco vacío, donde el ruido de los surtidores es más eco que realidad.
¿Qué se viene? Los expendedores locales, con ese olfato norteño para los tiempos duros, no pintan un panorama rosa. Si los impuestos se actualizan de golpe post-elecciones, el ajuste podría ser un tsunami: un 15% de suba en nafta y gasoil golpearía directo en los bolsillos de los autotransportistas, que ya pagan fortunas en peajes y mantenimiento. En Salta, donde el turismo vial representa un pedazo gordo del PBI –pensá en los 4x4 que trepan a Cachi o los micros que van a las yungas–, esto podría enfriar la temporada alta. Y para los de a pie, el que labura en la construcción o el que hace changas con la pickup, significa recortar salidas, juntar más changuitos en una carga o, peor, dejar el auto en el garage y apostar al bondi, que en rutas como la 33 no siempre es opción.
En este contexto, la voz de los expendedores se alza como un llamado de atención: urge un esquema más predecible, que no deje a la provincia del NOA a merced de algoritmos remotos. Salta, con su geografía caprichosa y su gente resiliente, merece combustibles estables que impulsen la economía local, no que la frenen como un freno de mano. Mientras tanto, el surtidor sigue tic-tac, y el salteño, con el mate en la mano y el ojo en el precio, espera que el próximo ajuste sea, por una vez, para abajo. Porque en esta tierra de alturas y contrastes, la nafta no es solo combustible: es el latido de la diaria.