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INCENDIOS EN SALTA

El ritual a la Pachamama que termina en destrucción

Cada 1° de agosto, miles celebran a la Madre Tierra en Salta. Pero mientras se ofrecen flores y se quema incienso, el fuego real consume bosques, animales y biodiversidad.

El ritual a la Pachamama que termina en destrucción

La llegada de agosto en el norte argentino es sinónimo de rituales. Ofrendas, coca, vino, comida y rezos a la Pachamama marcan una de las tradiciones más profundas del calendario andino. En Salta, especialmente, estas celebraciones reúnen a comunidades enteras en una muestra de fe ancestral que busca agradecer y pedir protección a la Madre Tierra.

Pero año tras año, este homenaje convive con una realidad alarmante: mientras se honra simbólicamente a la Tierra, el fuego arrasa hectáreas de monte nativo, selvas y pastizales. En plena temporada seca, los incendios forestales se multiplican y dejan detrás un paisaje carbonizado, fauna muerta y ecosistemas destruidos.

¿Contradicción o hipocresía? La pregunta incomoda, pero es urgente.

Los datos son claros. Cada agosto se disparan los focos de incendio en diferentes zonas de Salta. Si bien algunos se deben a causas naturales o accidentes, muchos otros son intencionales: quemas mal controladas, prácticas agrícolas ilegales o desmontes encubiertos. El fuego no aparece solo. Alguien lo prende.

En paralelo, mientras el humo aún flota sobre los cerros, los funcionarios posan para las fotos: ponchos al hombro, sonrisas para la prensa, palabras grandilocuentes sobre la Pachamama. Todo muy simbólico, pero lejos de la realidad. Porque cuando se trata de actuar —de prevenir, controlar o sancionar— el silencio del Estado se vuelve ensordecedor.

La gestión ambiental en Salta parece estancada en una eterna promesa. No hay un plan provincial claro de manejo del fuego. No hay responsables designados de forma permanente. No hay recursos suficientes, ni técnicos ni humanos. En cambio, lo que sobra es improvisación, y lo que falta es decisión política.

Esta desidia institucional no es nueva, pero cada año se vuelve más peligrosa. Porque el cambio climático agrava los ciclos de sequía, y sin políticas activas, cada incendio se transforma en catástrofe.

Mientras tanto, las comunidades rurales —las más afectadas por la pérdida de monte nativo— ven desaparecer su entorno, sus fuentes de agua y su modo de vida. Y la Pachamama, esa que se venera con tanto entusiasmo un solo día al año, queda sola frente al humo y las llamas.

¿Homenaje o simulacro?

Detrás de los sahumerios y las flores, hay una verdad difícil de digerir: honrar a la Tierra no es solo un gesto cultural. Es una responsabilidad concreta, diaria y urgente. Y no se resuelve con una ceremonia al inicio del mes.

La Pachamama no necesita más rituales simbólicos. Necesita leyes que se cumplan, controles reales sobre las quemas, y un Estado que proteja los bienes comunes en lugar de mirar para otro lado. Necesita funcionarios que trabajen, no que desfilen. Y políticas públicas que cuiden los ecosistemas como parte de nuestra identidad, no como un recurso descartable.

Que agosto sea un mes sagrado no debería ser una excusa para la pasividad. Tampoco un ritual de limpieza simbólica donde todo se quema y nada cambia. Porque si seguimos repitiendo esta lógica de homenajes vacíos y políticas ausentes, lo único que va a quedar es ceniza.

La deuda ambiental en Salta —y en buena parte del país— es profunda. Y no se resuelve con una copita de vino a la Tierra ni con una misa en la plaza. Se resuelve con decisión, con presupuesto, con responsabilidad.

Honrar a la Pachamama es defenderla. No solo el 1° de agosto, sino todos los días del año.

 

 


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