El peronismo nacional se juntó este martes en la histórica sede de la calle Matheu para lamerse las heridas de la paliza electoral y tratar de armar una estrategia conjunta contra el paquete de reformas que empuja Javier Milei. Pero lo que salió a la luz no fue precisamente una foto de unidad: mientras Máximo Kirchner hablaba de “cuidar al pueblo”, crecían los rumores de que varios diputados peronistas están a punto de darle la espalda al bloque de Unión por la Patria.
La amenaza más concreta viene de Catamarca. El gobernador Raúl Jalil, uno de los pocos mandatarios provinciales K que mantiene diálogo fluido con la Casa Rosada, estaría negociando que sus legisladores rompan el bloque oficialista en Diputados. Los nombres ya circulan: Fernanda Ávila, Sebastián Nóblega (con mandato hasta 2027) y los electos Fernando Monguillot y Claudia Palladino, que juran el 10 de diciembre, serían los que armarían un nuevo espacio o se sumarían al interbloque de Innovación Federal junto a Salta, Misiones y Río Negro.
En el salón principal, Máximo Kirchner intentó levantar el ánimo con un discurso lleno de lugares comunes: elogió a su madre, que sigue en su departamento de Constitución recibiendo economistas “en todas las condiciones”, y comparó las reformas de Milei con las de Macri. Pero afuera del acto, nadie compraba el relato. Los gobernadores dialoguistas ya negocian por separado el Presupuesto 2026 y las reformas laboral, tributaria y previsional, y no están dispuestos a inmolarse por una Cristina que, aunque siga mandando, ya no tiene los votos para frenar nada.
El bloque que conduce Germán Martínez trabaja en una reforma laboral “con impronta peronista” para presentar en el Congreso, pero suena más a operación de prensa que a algo serio. En los pasillos todos saben que sin los catamarqueños y sin los misioneros y salteños que ya coquetean con el Gobierno, Unión por la Patria quedaría reducido a la mínima expresión.
La cumbre fue encabezada formalmente por José Mayans, Lucía Corpacci y otros dirigentes, pero el verdadero poder lo siguen teniendo Cristina y Máximo desde La Cámpora. El problema es que ese poder ya no alcanza para disciplinar a los gobernadores que necesitan plata para sus provincias y ven en Milei una oportunidad de sobrevivir políticamente.
Los números son crueles: después de la derrota de octubre, el peronismo perdió bancas clave y ahora depende de legisladores que responden a mandatarios provinciales más preocupados por las cuentas de sus distritos que por la épica kirchnerista. Jalil no es el único: varios gobernadores del norte ya dejaron trascender que están dispuestos a votar las reformas si les garantizan coparticipación y obra pública.
En medio del show de abrazos y aplausos, la realidad golpea fuerte. El PJ puede llenar una sala de militantes y gritar “la patria es el otro”, pero en el Congreso la matemática es impiadosa. Sin los votos catamarqueños y sin los dialoguistas, el bloque opositor se parte al medio justo cuando el Gobierno necesita quórum para avanzar con la reforma laboral y el ajuste previsional.
El intento de mostrar musculatura terminó siendo un papelón. Mientras Máximo hablaba de “margen de ganancia de los ricos”, los diputados de Jalil ya analizaban cómo armar su propio bloque antes de fin de año. La unidad peronista duró lo que dura un tuit: mucho ruido y pocas nueces.
En Buenos Aires se habla de crisis terminal. El peronismo que gobernó 16 de los últimos 20 años hoy no logra ni mantener juntos a sus propios legisladores. Milei avanza con las reformas y la oposición, en lugar de plantarse, se desangra en internas provincianas. El 2025 arranca con el oficialismo más fuerte que nunca y un peronismo que, por ahora, solo sabe reunirse para sacarse fotos que ya nadie cree.