En mayo de este año, un grupo de obreros que trabajaban en la demolición de una antigua casona ubicada en Avenida Congreso al 3700, en el barrio porteño de Coghlan, se topó con una escena que nadie esperaba. Al remover parte del terreno lindero, surgieron restos óseos humanos enterrados junto a objetos que parecían detenidos en el tiempo.
Lo que comenzó como un hecho desconcertante fue ganando intensidad cuando se confirmó que la propiedad, años atrás, había sido alquilada por Gustavo Cerati, icónico líder de Soda Stereo. La noticia no tardó en viralizarse, y las redes sociales explotaron con teorías, recuerdos y preguntas sin respuesta.
Luego de semanas de incertidumbre, la Justicia logró determinar que los restos encontrados pertenecían a Diego, un adolescente de 16 años que desapareció hace más de cuatro décadas, en 1984.
Diego era estudiante de la Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N°36 y jugador de fútbol del club Excursionistas. Fue visto por última vez un jueves, el 16 de julio de aquel año, en la esquina de Naón y Monroe, a pocas cuadras de donde hoy apareció su cuerpo. Desde entonces, nada se supo de él... hasta ahora.
El reconocimiento no fue sencillo, pero ciertos elementos hallados junto a los restos resultaron claves. Se encontró un reloj Casio modelo CA90, muy popular entre adolescentes en los años '80; una suela de zapato talle 41; un corbatín azul, similar al que usaban los estudiantes de la ENET 36; y una moneda japonesa de 5 yenes, un detalle llamativo que aún no encuentra explicación.
Estas pertenencias fueron reconocidas por familiares, lo que llevó a uno de sus sobrinos a ofrecerse voluntariamente para una prueba de ADN. El resultado fue concluyente: los restos eran de Diego.
A 41 años de su desaparición, su nombre volvió a la superficie, junto con el dolor de una familia que nunca dejó de buscarlo.
Si bien se logró identificar al joven, muchas preguntas siguen abiertas. ¿Quién lo mató? ¿Por qué? ¿Cómo llegó su cuerpo a esa casa? Las autoridades confirmaron que la investigación ahora se enfoca en reconstruir el pasado de la vivienda lindera, donde se halló la fosa.
La casona, que hoy ya no existe, fue construida a principios del siglo XX y tiene una historia tan diversa como misteriosa. Funcionó como residencia geriátrica, iglesia, vivienda familiar y, durante los años 2001 y 2003, fue alquilada por el propio Cerati. También vivió allí la cantante Hilda Lizarazu por un tiempo.
Su última propietaria fue Marina Olmi, hermana del actor Boy Olmi. Pero en 1984, cuando ocurrió la desaparición de Diego, aún no se sabe con precisión quién habitaba la casa lindera, donde finalmente se hallaron los restos.
La investigación apunta ahora a reconstruir el historial de dueños e inquilinos de ambas propiedades. Se busca saber quiénes vivían allí en esa época y si alguno tuvo vínculo con el adolescente.
La historia resurge justo en un momento donde muchos argentinos reflexionan sobre el pasado, los desaparecidos y las deudas de la Justicia. El caso de Diego no solo revive un crimen impune, sino que abre la puerta a nuevas investigaciones sobre hechos ocurridos en plena democracia, fuera del marco de la última dictadura.
Mientras tanto, las redes se llenan de mensajes de apoyo a la familia, y de asombro por la coincidencia de que el cuerpo haya estado tanto tiempo oculto en un sitio relacionado con una figura tan querida como Gustavo Cerati.
Aunque el artista no tiene ningún vínculo con el caso —vivió allí casi 20 años después de la desaparición de Diego—, su nombre inevitablemente quedó ligado a esta oscura revelación.
¿Y ahora qué?
La historia de Diego apenas comienza a reescribirse. Tras más de cuatro décadas de silencio, su familia finalmente puede ponerle nombre a una ausencia dolorosa. Pero también se enfrenta a un nuevo desafío: obtener justicia.
Los investigadores siguen trabajando para determinar responsabilidades y reconstruir los días previos a su desaparición. La esperanza es que, con la ayuda de vecinos, archivos y testimonios, se logre esclarecer el caso y encontrar a los culpables.