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SIGUE LA CONMOCIÓN

El hijo del doble femicida de Córdoba quedó al cuidado de una familia cercana y recibe asistencia psicológica

Buscan garantizarle un entorno estable mientras definen su futuro a largo plazo.

El hijo del doble femicida de Córdoba quedó al cuidado de una familia cercana y recibe asistencia psicológica

La provincia de Córdoba todavía no logra salir de la conmoción tras el aberrante doble femicidio que terminó con la vida de una mujer y su madre, a manos de Pablo Laurta, quien posteriormente se quitó la vida. En medio de ese drama familiar, hay una víctima silenciosa: un niño de apenas seis años, hijo del femicida, que presenció el horror y quedó completamente desamparado.

Actualmente, el menor se encuentra bajo el resguardo de una familia "comunitaria", una figura legal que permite que un grupo cercano —en este caso, amigos íntimos de las víctimas— asuma temporalmente el cuidado del niño. Esta medida se tomó de manera urgente para evitar su institucionalización y priorizar el vínculo afectivo con personas que ya conocía.

Desde el Ministerio de Desarrollo Humano de Córdoba confirmaron que el nene está recibiendo atención psicológica especializada, tanto él como los adultos que lo tienen a cargo. Se trata de un proceso delicado, atravesado por el dolor y la necesidad de generar una contención emocional sostenida.

El equipo interdisciplinario que lo asiste está enfocado en dos frentes: por un lado, atender las secuelas traumáticas que dejó el hecho violento en su psiquis; por el otro, evaluar cuidadosamente qué es lo mejor para su futuro. Esto implica analizar si continuará bajo el cuidado de esta familia transitoria o si se buscará otra alternativa más permanente, como una guarda judicial o incluso una adopción, si fuera necesario.

La prioridad, según se informó, es que el niño no pierda completamente sus lazos afectivos y pueda rearmar su vida en un entorno seguro, con rutinas estables y acompañamiento emocional. El contexto es complejo, pero los profesionales coinciden en que la contención de personas conocidas ayuda a amortiguar el impacto.

La tragedia sacudió a todo el país y reavivó el debate sobre los femicidios, la violencia de género y el rol del Estado en la protección de las infancias. Mientras tanto, se trabaja en silencio en torno al futuro de este chico, cuya historia quedó marcada para siempre por una jornada de furia y sangre.

Para muchos salteños, esta situación remite a casos similares ocurridos en nuestra provincia, donde niñas y niños quedan en medio de escenarios de violencia extrema. El sistema de protección integral en Salta también se enfrenta al desafío de intervenir rápidamente en estos casos, con recursos muchas veces limitados. La realidad de Córdoba expone una problemática que atraviesa a todo el país: ¿quién cuida a los hijos de las víctimas?

Desde Salta, profesionales del ámbito judicial y social destacan la importancia de contar con más familias solidarias dispuestas a brindar hogares temporarios, especialmente cuando la alternativa sería institucionalizar a los menores. La experiencia demuestra que crecer en un entorno familiar, aunque sea provisorio, permite una recuperación emocional más efectiva.

En el caso cordobés, se puso el foco en no separar al niño de su entorno afectivo. La familia que lo acogió conocía tanto a su mamá como a su abuela, lo que facilita el proceso de adaptación y reduce el estrés postraumático. A su vez, esa familia también está siendo acompañada psicológicamente, ya que el duelo y la responsabilidad son enormes.

Este modelo de "familia comunitaria" está regulado por la legislación argentina y se aplica en situaciones donde se considera que el entorno inmediato puede ofrecer condiciones mínimas de bienestar. Se diferencia de la adopción y de la guarda legal, aunque en algunos casos puede derivar en ellas si el vínculo se fortalece y así lo definen los organismos competentes.

Mientras tanto, el caso sigue generando dolor, indignación y una fuerte reflexión social. En cada rincón del país —desde Córdoba hasta Salta, desde los grandes centros urbanos hasta los pueblos más chicos— se repite una pregunta incómoda: ¿qué más tiene que pasar para que se refuercen los mecanismos de prevención de la violencia de género?

El drama de este niño de seis años no es un hecho aislado. Según datos oficiales, en Argentina hay miles de chicos que cada año pierden a sus madres en contextos de violencia extrema, muchos de ellos a manos de sus propios padres o parejas de las mujeres. El daño es profundo y suele arrastrarse durante toda la vida.

Por eso, más allá de la asistencia inmediata, lo que está en juego es la posibilidad de construir un futuro para esos niños. Un futuro que no repita el ciclo de violencia del que fueron víctimas indirectas.

La historia de este chico cordobés no debería ser sólo una noticia más. Debería ser un llamado urgente a reforzar las redes de protección, a capacitar más personal en salud mental infantil, y a promover políticas públicas que aborden integralmente la violencia familiar.

En Salta, donde también se registraron casos estremecedores de violencia de género, las autoridades vienen trabajando en el fortalecimiento de los equipos de intervención temprana. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer. El sistema muchas veces llega tarde, y cuando lo hace, ya es demasiado tarde.

Mientras tanto, en una casa cordobesa cargada de dolor pero también de esperanza, un niño de seis años intenta rearmar su infancia. Rodeado de afecto, bajo cuidado profesional y en un entorno que lo conoce, ese pequeño empieza a escribir una nueva historia. Una historia que, con suerte, pueda dejar atrás la tragedia y convertirse en un testimonio de resiliencia.


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