El estreno de Homo Argentum no solo marca un récord de público, también expone la grieta cultural argentina: una película financiada con capitales privados que convoca multitudes, mientras el establishment artístico ligado al kirchnerismo la desprecia y hasta llama al boicot, incómodo ante el éxito de una obra sin subsidios estatales.
El fenómeno de Homo Argentum sacudió a la industria cinematográfica local. Con una recepción masiva y récords de taquilla que pocos esperaban, la película se convirtió en un imán popular sin necesidad de la maquinaria estatal ni de la bendición de los círculos culturales tradicionales. Ese detalle, justamente, es lo que más duele a la elite artística argentina.
Durante décadas, el relato dominante fue que el cine nacional debía sostenerse con subsidios, fondos públicos y favores políticos. Sin embargo, la irrupción de una producción independiente que logra cautivar a miles de espectadores con capital privado pone en jaque ese esquema. No se trata solo de números: el éxito del film se vuelve un espejo incómodo que refleja lo que muchos no quieren admitir, que el público puede elegir con su bolsillo y que el talento no siempre necesita de la billetera estatal para sobrevivir.
La reacción del establishment fue inmediata. Referentes del ambiente cultural ligados al kirchnerismo no dudaron en descalificar la obra, ensayar críticas mordaces e incluso llamar a boicotear la película. Ese rechazo, lejos de frenar la convocatoria, la potenció. La gente respondió con filas en los cines, compartiendo en redes su entusiasmo y desafiando el ninguneo de los autoproclamados guardianes de la cultura.
El trasfondo es claro: Homo Argentum expone la dependencia estructural de una parte importante de los artistas locales hacia el Estado. Quienes durante años se acostumbraron a ser financiados, incluso sin medirse en la taquilla, hoy quedan atrapados en una contradicción. Por un lado, predican la necesidad del “cine nacional” y del “apoyo estatal”, pero por otro, condenan el éxito genuino de una propuesta popular que no los necesitó.
El público, en cambio, parece haber hablado con contundencia. Prefirió una historia hecha sin los privilegios habituales, una obra que se abrió paso sola y que ahora se transforma en un símbolo de independencia frente a un sistema que se creía intocable.
Más allá de la valoración artística que pueda hacerse de la película, lo que queda en evidencia es que la elite cultural argentina está incómoda. Homo Argentum rompió la lógica establecida y, con ello, desnudó una dependencia que ya no puede ocultarse. El cine argentino se encuentra ante un punto de inflexión: o se reinventa aceptando que la gente quiere elegir, o seguirá encerrado en su propio boicot.
Elias Torino Duppont (Crítico de cine)