F1: La película, cumple con su objetivo primordial: entretener y poner al espectador al borde de la butaca en los momentos de mayor acción y suspenso.
Nos hace ver como algo natural y realista una compleja puesta en escena donde lo que nunca antes se vio en la pantalla aparece como si fuera sencillo. Destacar esto es algo que se hace luego de ver la película, porque mientras se la está mirando, todo fluye sin llamar la atención sobre cómo ha sido filmada. No es la mejor película sobre la Fórmula 1 que se haya hecho, pero sí la que pone toda la tecnología disponible en la actualidad para ir un poco más lejos en las imágenes.
La película se mueve sin pudor por los espacios más conocidos de las películas de género deportivo. Nadie hace una película de ficción sobre gente que está ganando desde el comienzo, los tapados (undergods), los perdedores, los que buscan una segunda oportunidad, esos son los personajes que el público quiere y los realizadores de la película lo saben.
Sonny Hayes (Brad Pitt), es un ex piloto de Fórmula 1 que corrió en la década de 1990 junto a los mejores, pero un terrible accidente lo obligó a retirarse de la máxima categoría. Hoy participa de cualquier tipo de carreras que le permitan ganar dinero. Vive en una van y sigue teniendo pesadillas de aquel momento del choque. El propietario y amigo del equipo de F1 Apex Grand Prix (Javier Bardem), se pone en contacto con Hayes y le pide que salga de su retiro para ser mentor del prodigio novato Joshua Pearce (Damson Idris) en el equipo. La dupla, opuesta en todo, es la única esperanza para Apex, el peor equipo de la temporada.
Toda película de Fórmula 1 que se precie debe tener excesos de todo tipo. Más choques de lo habitual, más decisiones insólitas, estrategias absurdas y momentos increíbles. La palabra no es Fórmula 1, la clave es que se trata de cine. El peligro del automovilismo en el pasado era mucho mayor al que hay ahora, pero la acción igualmente se multiplica escena tras escena. Fórmula 1 es divertida y efectiva, pero no tiene ni la fuerza de Grand Prix (1966) de John Frankenheimer, ni la potencia dramática de Rush (2013) de Ron Howard.
Es diferente a ambas y, aunque juega con la pantalla dividida del film de los sesenta, no busca copiar a otros títulos previos más allá de ese detalle. Tiene vida propia y explota los avances tecnológicos al máximo. Los expertos en Fórmula 1 disfrutarán y sufrirán más que el resto por los detalles correctos y los incorrectos, pero para el resto el gran show está presente.
Las limitaciones de Fórmula 1: La película, dirigida por Joseph Kosinski, el mismo de Top Gun Maverick (2022), están más que nada en el guión. Dicen que no se animaron a llamar a Tom Cruise para el papel y es posible que haya sido un error, porque al actor de Días de trueno (1990) no se le habrían escapado tantas cosas. El villano que aparece en la película y que cobra fuerza en la segunda mitad está pintado con un trazo grueso de caricatura y muy mal interpretado por el responsable del rol. De la previsible historia de amor no hay mucho que decir, es un recurso válido que funciona dentro de los códigos mencionados atrás. Kate McKenna (Kerry Condon) es la brillante directora técnica de la escudería y el inevitable vínculo amoroso con el protagonista.
Como se trata de la Fórmula 1 la descontrolada aparición de productos es justificable y la banda de sonido grita a los cuatro vientos el querer venderse por separado. A Brad Pitt el personaje le queda bien por momentos y en otros se excede en su autoconciencia de ser cool. El balance es positivo, porque la producción es lo suficientemente poderosa e impactante como para sobrevivir a todos los defectos. Algo me dice que pronto vendrán más películas sobre automovilismo, en todas sus categorías.