Las panaderías de Salta enfrentan una crisis profunda. En las últimas semanas, muchos negocios del rubro comenzaron a recortar la jornada laboral de ocho a seis horas como medida desesperada para reducir costos frente a una economía cada vez más asfixiante. La suba de la harina —que pasó de $12.000 a más de $15.000 por bolsa en menos de un mes—, sumada al aumento de los combustibles y la caída del consumo, impacta de lleno en la producción y en el empleo.
Según referentes del sector, el consumo de pan cayó entre un 25% y un 30%, lo que fuerza a bajar la producción y achicar el personal. Las changas, que antes ofrecían una salida laboral ocasional, hoy prácticamente desaparecieron. A diario llegan jóvenes de entre 18 y 25 años a pedir trabajo, sin respuestas posibles. La falta de oportunidades los empuja a la marginalidad.
A nivel estructural, la situación es crítica. Muchos panaderos se endeudan para sostenerse: dejan de pagar impuestos o atrasan pagos a proveedores. El crédito bancario es inviable por las tasas altísimas y no hay señales de alivio impositivo. El mensaje es claro: si no podés sostenerte, cerrá.
Además, la competencia informal en ferias y puestos callejeros agrega presión. El pan se vende sin controles ni impuestos, lo que deja en desventaja a quienes cumplen con todas las obligaciones. La diferencia de precios entre zonas también confunde al cliente: el kilo de pan puede valer entre $2.700 y $3.500, según el barrio.
En este contexto, muchas panaderías redujeron su oferta y se enfocan solo en productos básicos para evitar pérdidas. La mayoría apenas sobrevive, a fuerza de esfuerzo y resignación. Sin medidas concretas, el futuro del sector es cada vez más incierto.