La morosidad en los créditos a familias alcanzó en julio su punto más alto desde 2010: un preocupante 5,7% que refleja con crudeza la profundidad de la crisis económica. Las líneas más afectadas son los préstamos personales y las tarjetas de crédito, dos herramientas que muchos argentinos —sobre todo en el interior— usaron como salvavidas en tiempos de inflación y pérdida del poder adquisitivo.
Este aumento, que ya lleva nueve meses consecutivos, marca un deterioro sostenido en la capacidad de pago. En el caso de los préstamos personales, la morosidad subió del 3,28% en diciembre a un 7,19% en julio. En las tarjetas, pasó del 1,74% al 4,85% en ese mismo período. El endeudamiento, que durante años ayudó a cubrir necesidades básicas, hoy se transformó en un peso difícil de arrastrar.
En provincias como Salta, donde el empleo informal es alto y los ingresos vienen muy por debajo de la inflación, este fenómeno se siente con fuerza. Las familias ya no pueden afrontar las cuotas y en muchos casos caen en mora no solo con bancos, sino también con mutuales, prestamistas informales y hasta con pequeños comercios de barrio.
El escenario es complejo: los bancos recortaron el crédito y endurecieron condiciones, mientras los hogares acumulan deudas en contextos de ingresos estancados. Con tasas que superan el 100% anual, muchas veces los salteños y salteñas terminan pagando tres veces lo que pidieron prestado.
Otras líneas de financiamiento también mostraron subas en los atrasos. Los adelantos en cuenta pasaron del 1,58% al 2,69%, y los prendarios, del 1,92% al 2,75%. Solo los créditos hipotecarios se mantuvieron relativamente estables, con una morosidad que incluso bajó levemente.
En este contexto, el crédito ya no es una solución, sino parte del problema. La refinanciación se volvió la única salida para muchos, aunque con condiciones cada vez más duras y montos que se vuelven impagables en pocos meses. El acceso al financiamiento, además, quedó restringido para una porción cada vez más chica de la población.
La situación genera preocupación entre los especialistas por el riesgo sistémico que puede traer aparejado. Pero más allá de los números, lo que queda en evidencia es un quiebre en la economía cotidiana de miles de familias argentinas: se deja de pagar no por desidia, sino por falta total de margen.
Mientras tanto, en el norte del país, la postal es clara: changas que no alcanzan, cuotas que se acumulan, y tarjetas que ya no se pueden usar. La morosidad récord no es solo un indicador técnico. Es la expresión de un país donde sobrevivir cuesta cada vez más.